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Modern Times

La vida sin maquillaje no era tener mucho o poco pelo, el ruinoso estado de los zapatos, cocinar un confuso arroz con azafrán o parecer excesivo con los apretones de manos. Tampoco dejar el whisky para después.

El día siempre comenzaba igual en Modern Times o en según qué familias.

Allí vivía un banquero que no gustaba de aperitivos, que estuvo cuatro años en la cárcel y cuya lengua materna no era el francés, más la consideraba propia. El fin de la esperanza llamaban a ese lugar los lugareños más envidiosos. También había otros nombres, y la historia de unos chicos muy jóvenes.

Siempre que llegaba sacaba algo nuevo de los baúles (que debía haber muchos), e iba armado, decían. En la ciudad nadie se extrañaba de que abandonara su despacho en horario de oficina. Procuraba no abusar de ese privilegio y solía atender a la gente siempre al mediodía. En Modern Times nunca, allí solo iba él, sin excepción alguna.

-Mi marido viaja mucho y trae cosas- comentaba su mujer, saliendo al paso.

El caso es que hielo era lo único que no había en ese refugio. Una vez sacó un ascensor que nadie observó llegar, de esos con los que poder pulsar el botón del segundo o séptimo piso. Él solo. Leclerc era un tipo normal pero imposible. Lo mismo cargaba un llavero de bolsillo que un coche o un sobre y, la verdad, parecía un señorito. Además, siempre avanzaba dos pasos y retrocedía uno, sin dejar nunca de retorcer su pensamiento.

-Ayúdame, papá, y no volveré a pedirte nada más, te lo prometo -era lo que sus hijos le proponían cuando les impedían ser ellos mismos.  

Menos ratoncitos, todo cuanto pedían se lo sacaba del baúl y se lo llevaba. Les sabía hacer de veterinario, de cocinero, de camarero y hasta de gasolinero. Todo con tal de ensancharles el corazón. Rudolf, su primer hijo, iba para agente de seguros. Los demás, a su libre albedrío: tenían su mismo don. Hablaban todos los idiomas y, aunque no siempre lograsen despertar simpatías, tenían la capacidad de buscar algo en un cubo, un baúl o un maletero y encontrarlo, aunque nadie lo hubiera puesto allí antes. Gratitudes y fastidio, porque había que saber congeniarlo todo.

La madre, la más complicada de toda la familia, reprimía la tentación sonriendo y retrasaba las respuestas unos segundos. Clarice sabía hacer de todo. Era un escándalo y un espectáculo. Fue la única que en verdad nació en Modern Times. Una villa que jamás volvió a visitar. Su única obligación consistía en adaptarse al cambio horario y en estar de cuerpo presente. El aplomo de su voz y su dulzura contenían la mayor parte de la mercancía que sus hijos y su marido sacaban; por cierto, Clarice era una mujer que bailaba muy bien, y casi sin esfuerzo (el baile era de lo poco que le relajaba).

El pequeño, al que todavía le daba el pecho su madre, ya tenía bastante regalo con ser feliz y no enterarse de nada. Modern Times le tenía reservado el cielo, como poco. Nació como su madre, y como la mayoría: con capacidades innatas, solo que ellos las desarrollaban. 

 

 

Pedro Belmonte Tortosa

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Pedro Belmonte Tortosa
Tags: avanzar dos pasosretroceder unoser feliz y no enterarse de nada

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