No estaba ni para un esfuerzo de imaginación: exhausta, brillante, famélica. Caminó extraña. Mejor eso que cosas peores. Amores perros tenía la jovencita, desnuda, que, por no saber, no sabía ni su nombre: pura serendipia.
Igual los árboles, muy contentos, redondos, lamentaron si cabe reconocerla en tal día, más desvelos no hubo. Ni de los pequeños burgueses sentimentales, esos trigos, muchas veces imposibles, cada cual, a su diferencia, su zumbido, su espiga. Quien más quien menos anduvo, en cierta manera: presos comunes.
No quería ni mirarle, siempre hermosa y con los dedos largos y las venas marcadas. La niña que fue. Hasta…
En Villaciruela estaba prohibido leer, escribir. Las señoras habían de serlo siempre, admirables en cualquier circunstancia. Afortunadamente siempre existía otro…
Por muy diferentes o parecidas que sean, y cosas hirientes que se digan, las religiones unen a las personas. No…
Mientras las gentes del lugar afrontaban sus problemas, otras tomaban conciencia del dolor con una honestidad entrañable. Uno de cada…