No se trata de una obra donde el miedo a la libertad y la pulsión autodestructiva de la civilización lo pueda todo, en absoluto. Son historias para quererse mejor, desarrollando esa inteligencia emocional que todos procuramos, y también para descubrir talento y realizarse.
¿Quién conoce realmente la Biblioteca John Rylands?, ¿y Manchester? Se han recopilado leyendas, libros, anécdotas y testimonios de supervivientes, uniformados o no, que ejercieron su medicina y didáctica en tal lugar. Fueron pioneros, y atesoraron otro modo de comprender la libertad interior. La obra la encarnan unos personajes que no cesan de luchar contra el monstruo de la dominación. Y aun así tienen tiempo para devorar sueños, como Peter Pan o alguna isla donde las mujeres de veras miren al mar, con cuentos que son el salvoconducto que les permiten sobrellevar el miedo.
Manchester, el Reino Unido, no deja de ser la gran vergüenza aliada.
Mujeres poderosas las hay, y hasta vírgenes de huesos. Y seres devora-sueños que nos vigilan siempre. El programa Una ciudad, un libro creado en la ciudad de Manchester, sobre el arte de vivir y el crecimiento personal normaliza ese grupo de lectura, además del silencio y la confianza por cuando se van adentrando en la realidad del libro Matar a un ruiseñor y ese Reino Unido de las muchas Inglaterras.
Voces, que enmascaradas en la ficción nos hablan del oficio del vivir bien como terapia y esa clara preferencia por el calor por cuando se huye del frío. Todo, en un otoño de arduos presagios, voluptuosidades y múltiples cambios pese a los rigores. La propia Reina Isabel II se ve envuelto en uno de ellos… Por lo visto hay irlandeses por todas partes o gente que quiera serlo.
La autoridad indiscutible del director de ese Centro solo lo cuestiona el dinero, dinero que quiere hacerse con los papiros y manuscritos de incalculable valor que se guardan en ese emporio de cultura. La estigmatizada inmediatez de una ordenanza llamada Mary McCarthy nos conduce por toda esa inventiva métrica y formal, junto al señor Berger (uno de los empleados de seguridad) y tantos otros como el señor Griffin (ese nuevo y viejo bibliotecario), por ejemplo.
Prometerle ir a ver los castillos y escenarios de la serie Downton Abbey a esa empleada de base no es más que una fanfarria que le abren otro capítulo en su vida, donde, quizás, ningún error insalvable pudiera ser tan duro como ese. ¿Por qué? Por la verdad de enfrentarse a nosotros mismos, a quedarse sola. Que viene a ser lo que hace ese gestor cultural con el grupo de lectura (peor que un poeta intentando enhebrar su pensamiento en la aguja de la realidad), donde cada cual intenta remendar su distancia con la sociedad; en ese grupo, variopinto, los amigos de verdad y las necesidades duran hasta el final, el resto son etapas del pasado. En ello también ayuda Maycomb, aquel pueblo sureño de la Alabama de Harper Lee (autora del libro de referencia); y la niña Scout, porque la carne de la vida está en la sangre, y eso ya se lo contó su padre y abogado, que defiende a un negro de todos los instrumentos habidos y haber. Un clásico de la literatura al que le faltó la aprobación del burlón de Quevedo: “Nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar y no de vida y de costumbres”.
Y están los jubilados, esos que van perdiendo progresivamente su alma en un camino sin retorno, también la bruja oculta y un oscuro secreto. No en vano, todo Manchester se reduce a una lograda y asfixiante atmósfera de pesadilla en donde el aire fresco y torpe de los muchos pueblos del mal llamado Reino Unido dejan a la intemperie los oficios y las inseguridades.
Esa muchacha a quien nadie saca a bailar más que por el compromiso, quién sabe si llegará a conocer al gato Garlan y el servil esplendor del castillo, destinada a envejecer cuidándose. Solo un verdadero amigo y aliado irá a tu rescate cuando te vea decaer.
Un pueblo que honra la lectura, y que también olvida la verdad sobre la que se sostiene. La información no se pierde en la oscuridad, sino en el exceso de luz.