Booktrailer
A quienes tienen el horizonte en una línea.
Señor Griffin, soy Mary McCarthy. Mary hay muchas, muchísimas.
“Nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar y no de vida y de costumbres”.
Además, cuando vivimos con miedo nos sentimos mucho más amenazados y vulnerables.
“Porque la vida de la carne está en la sangre…” fotografiaron
“La desigualdad es el desafío decisivo de nuestro tiempo”.
El contraste con ese rol preponderante era su conocimiento sobre Platón: “Lugar, espaciamiento, receptáculo” murmuraba, en un lenguaje silente,
Otro tesoro: “El alma que de él -de la sabiduría y amor a Dios- es informada y movida, en alguna manera esa misma abundancia e ímpetu lleva en él su decir”. Ese cabrón sabía de lo inexpresable.
También opinaba sobre el mal endémico: “Una regadera, un rastrillo abandonado en el campo, un perro al sol, un cementerio pobre, un tullido, una pequeña granja, todo esto puede llegar a convertirse en el recipiente de mi revelación”.
“Recordar una cosa triste, es triste; y recordar una cosa alegre, es triste, porque ya sucedió”.
“En las aguas profundas que acunan las estrellas, blanca y cándida, Ofelia flota como un gran lirio, flota tan lentamente, recostada en sus velos… “.
“La diferencia entre la realidad y la ficción, es que la ficción tenía que ser creíble”. Disfruta guapa, a veces hablamos de personas en forma de cifras y olvidamos que somos nosotras.
-Señor Griffin, soy Mary McCarthy. Mary hay muchas, muchísimas. Por favor -le corrigió, para acto seguido no quedarse ahí parada viviendo del aire.
Aquel día, o noche más bien, otro de los grandes logros a futuro de Garlan estaba en la bonhomía de una casa donde encontró una tolerancia encomiable con una amiguita suya de nueve años.
-Lo real es que todo tiene su precio, su esfuerzo- le replicó ese ejecutivo cuando ella protestó.
-A veces siento que los hombres con los que he bailado están muertos. Todos -expresó con reservas una exempleada. Muerta.
-Voy de mejor gana a lavar el coche que a votar cuando hay elecciones. Un placer, matemos todos a un ruiseñor.
-Las sociedades del pasado y del presente son simplemente sistemas complejos compuestos de personas y tecnología- introdujo. -Donde mejor resguardado está el patrimonio es en casa de los padres.
No sabía que iba a ser una responsabilidad tan grande esta lectura común. A veces pienso que corrí demasiado leyendo.
-¡Justo ahora que ya los tenías domados! -hubo de escuchar con retintín-. Si hay que arriesgarse que sea por algo grande ¿no? Otro loco con el mal fundado patriotismo.
-Ser patriótica no es un delito. Estuve tres años sin poder decirlo vecino. Inténtalo. -Mejor preparo un café, les vendrá bien a mis riñones guapetona -la apartó.
-Al poder llegan mediocres salidos del sistema -barruntó la deportista, manejando ese estado de ánimo colectivo.
-Ha dado numerosas conferencias relacionadas con esos temas, y publicado varias tribunas en los medios de comunicación. Viene a leer la prensa. Lleva así doce años. Y su mujer es doctora por la Universidad Heriot-Watt, en Edimburgo, en 2006, sobre sistemas de distribución cuántica de claves en fibra óptica y su aplicación en redes de comunicaciones a alta velocidad.
Una de tantas que era una flor rara, a sabiendas de que era posible sacar a un neoyorquino de Nueva York, pero no a Nueva York de un neoyorquino. El programa de becas de la Universidad de Manchester intentaba dejar el mundo un poco mejor, asumiendo el lema de los scouts.
-Gran parte de los de mi generación aún somos capaces de canturrear la pegadiza canción que acompaña a cierta serie de televisión que veíamos de niños.
Perros y caballos, como un golden retriever, olisqueaban todo sin perder los estribos. Vaciaron la cocina. Estaba el ejército también, con el fanfarrón MacIntyre al mando de un contingente cuya edad media no superaba los veintiocho años, que disponían de su propia colección de miedos, a pesar de que disfrutasen conjuntamente viendo las carreras de camiones, de esos deportes, por decirlo de algún modo, en los que siempre acababan chocando los unos con los otros.
-Mientras más obedezca, más libertad y más control señor Griffin. Así aprendió Miss Amelia la servidumbre absoluta de la mano invisible y visible. Sea honrado y digno de crédito. La mala costumbre de morir nos puede. Borrachos somos todos iguales: ponemos notas sobre notas y palabras sobre palabras. Quizás no hay días de nuestra infancia que hayamos vivido con tanta plenitud como aquellos que creíamos dejar sin vivir.
-Los gatos tienen una lengua fascinante, pero son amantes muy ingratos, en cuanto que no les haces caso arañan.
-En el trabajo, la combinación generacional es muy buena. Me alegro de trabajar con usted Mary McCarthy. Un jefe estúpido puede ser peor para el corazón que el colesterol.
-Me muero por fumarme un cigarrillo -esgrimió Mary Anne a toda esa aristocracia de barrio.
-Mientras más obedezca, más libertad y más control señor Griffin. Así aprendió Miss Amelia la servidumbre absoluta de la mano invisible y visible. Sea honrado y digno de crédito. La mala costumbre de morir nos puede. Borrachos somos todos iguales: ponemos notas sobre notas y palabras sobre palabras. Quizás no hay días de nuestra infancia que hayamos vivido con tanta plenitud como aquellos que creíamos dejar sin vivir.
“Hay que mantener la cabeza ocupada para no perderla” le dijo a su mujer tiempo atrás, en un viaje de esos de tren, sin teléfono móvil. Esa mescolanza de desconocidos apretujados sin nada en común le encantaba. El tren siempre llegaba, a su ritmo y cadencia. El glamour, encanto, rencor y los oscuros y propios demonios eran distintos en esas líneas de tramos únicos. Ancianos padres, o simplones sustitutos unían los intrincados sentidos del pivotar de un lado a otro. El African Explorer, que iba de Ciudad del Cabo a la capital de Namibia, pasando por todos los parques nacionales en cabinas de lujo. Ocho cabinas en cada tren. Caviar y pensión completa. Pasando por el puente que iba junto a las Cataratas Victoria.
¿Qué es?
Una novela en la que la opulencia de esos manuscritos y papiros antiquísimos del viejo mundo están en poder de lo grotesco y abominable del dinero y la dominación para con la historia. Si las mujeres mandasen, posiblemente la biblioteca John Rylands sería solo eso, más la probada inferioridad de una (Mary) solo le permite abrir y cerrar la puerta o ser ruido de vida. Y, todo se parece al dolor de un gran espacio bajo descaros mayúsculos y soberbias impolutas.
Son imágenes reales de esa realeza abrupta, meticulosa y deshecha del Reino Unido. Relaciones tonales de espacios confluentes, y un vivo ejemplo de continuidad de la industrialización. Cada cual más rebelde o contenido en apariencia, como la reina o sus detractores, quien/quienes: nunca dejan de crecer, nunca dejan de morir. Y es que vivir o nacer en la periferia contribuye a la invisibilidad, como los cuentos de buenas noches para las niñas rebeldes. Los días son así.
¿De quién trata?
De alguien que goza de su frágil salud mental: Mary McCarthy. Una ordenanza. Quien saca la cabeza de la miseria y del silencio obligatorio. Y Miss Amelia y su sustituto, el señor Griffin, epicentro de ese cambio radical que pretende dar al Reino Unido, tanto como el señor Berger; y el judío director o su segundo: un tipo de difícil digestión. Más la parecida Susan, una vecinita.
Todo ello con la valiosa experiencia de los miembros del grupo de lectura y esa retranca, de aparente discurso limpio. Otra verdadera cercanía con los demás. El alcalde (Sr. Schmitt), cómo no, un tambor diferente, apodado Simón el Mago. Y los felinos, simplemente amargos y contundentes (Garlan y Marilyn), capaces de pedir “echadme a lo lobos” o de adivinar los malos tiempos para el país (un Brexit no solo con el viejo continente, también inflexible en su reino).
Sumada a toda esa desventura: la dama del balcón. De algún modo, realidad y leyenda.
¿Cuándo se desarrolla?
Durante el otoño-invierno de un dos mil diecinueve que confunde, en donde todos esos días transitando por los caminos en los que alguna vez habremos de pasar, precisamente recrean momentos sublimes, resentimientos y contradicciones. Sobre todo, porque querer a alguien o algo es un sentimiento inmenso, y porque si pierdes tus alas en el vuelo, no llegarás muy lejos. En cada piedra de esa bella y hospitalaria ciudad se imponen todo género de limitaciones.
¿Cómo se trabaja?
El conflicto entre la libertad individual y la garra por esa habilidad psicológica de salirse con la suya nos muestra a un padre de familia y esposo, viudo y mancillado hasta lo mas vil, miembro de un reducto de aquellos ejércitos que lucharon entre sí por ser irlandeses, galeses, escoceses, británicos o lo que fuera, colisionando con los antagonismos del viajar y la ilusión de quienes aún tienen menos escrúpulos, con la victoria como objetivo incuestionable: tal que la corona.
A caballo de lo anterior, están otros congéneres, de visión íntegra, y no tanto, que confieren un interés especial bajo la lectura de un libro escrito con elegancia, ingenio y que sienta jurisprudencia: Matar a un ruiseñor (de la autora Harper Lee, otra mosquetera, como esa Mary).
Siendo Inglaterra no podía faltar un gato vendedor de cuentos, y escondida bajo su caparazón: una Mary. La joven niña hecha mujer que si hubiera sido descendiente de un líder africano hubiera tenido mejor vida por malo que hubiera sido, sumida en el caos del orden establecido.
¿Dónde sucede?
En Manchester. Tal ciudad, con su biblioteca John Rylands como mejor expresión sirve de parapeto a todas las heridas causadas en el Reino Unido bajo esa unión de pueblos soberanos y no tanto. De Cuba también se comenta. Complicidades que enfurecen y enriquecen a iguales.
¿Por qué?
La mayoría de deseos tardan más o menos nueve años en cumplirse. Un clásico como el señor Griffin, luchador de aquellos días de ira en los Belfast, Dublín y otras tantas trincheras y acuerdos de Viernes Santo apenas tiene espacio para existir. Ni siendo bibliotecario.
La sencilla y enrevesada ordenanza le viene de lujo a su clandestinidad, hambre y lucha. La arrastra a lo más profundo, valiente y tierno: a soñar. Ella, con potencia y autenticidad, como que se lo cree, y espera llegar a conocer el castillo de Highclere con toda esa aristocracia de serie. Un vívido retrato de las experiencias de mujeres inferiores expuestas a la primera línea de combate. Un mundo que no se rinde ni olvida fácilmente: hermoso y terrible, que sufre y ríe.
Temas como el amor, las redes sociales y la venganza se entremezclan con el grupo de lectura, en una ciudad agitada por el germen de la rebeldía, donde su alcalde destaca junto a la singularidad de esos edificios catedralicios en la pasión, desquite, esperanza y justicia.
¿Para qué?
Para encontrar un auténtico camino con el que converger, herederos de la tierra (almas miserables que deambulan, también), con quienes las férreas creencias y el dinero, otros conocen el miedo de exigir. Retrato de una Inglaterra desorientada: dueña de su fracaso.
¿Qué formato se aplica?
Se escribe en prosa y se trabaja el contexto bajo ese programa de Una ciudad, un libro, símbolo de la llegada del modernismo por tantas atmósferas del pasado. Bajo la creación de un mundo casi mágico, y ese juego de paralelismos, donde el color y la esperanza empieza a extenderse por casas, calles y ese gran folletín de la biblioteca: toda una ciudad, un pueblo. Un esperpento.
No se trata de una obra donde el miedo a la libertad y la pulsión autodestructiva de la civilización lo pueda todo, en absoluto. Son historias para quererse mejor, desarrollando esa inteligencia emocional que todos procuramos, y también para descubrir talento y realizarse.
¿Quién conoce realmente la Biblioteca John Rylands?, ¿y Manchester? Se han recopilado leyendas, libros, anécdotas y testimonios de supervivientes, uniformados o no, que ejercieron su medicina y didáctica en tal lugar. Fueron pioneros, y atesoraron otro modo de comprender la libertad interior. La obra la encarnan unos personajes que no cesan de luchar contra el monstruo de la dominación. Y aun así tienen tiempo para devorar sueños, como Peter Pan o alguna isla donde las mujeres de veras miren al mar, con cuentos que son el salvoconducto que les permiten sobrellevar el miedo.
Manchester, el Reino Unido, no deja de ser la gran vergüenza aliada.
Mujeres poderosas las hay, y hasta vírgenes de huesos. Y seres devora-sueños que nos vigilan siempre. El programa Una ciudad, un libro creado en la ciudad de Manchester, sobre el arte de vivir y el crecimiento personal normaliza ese grupo de lectura, además del silencio y la confianza por cuando se van adentrando en la realidad del libro Matar a un ruiseñor y ese Reino Unido de las muchas Inglaterras.
Voces, que enmascaradas en la ficción nos hablan del oficio del vivir bien como terapia y esa clara preferencia por el calor por cuando se huye del frío. Todo, en un otoño de arduos presagios, voluptuosidades y múltiples cambios pese a los rigores. La propia Reina Isabel II se ve envuelto en uno de ellos… Por lo visto hay irlandeses por todas partes o gente que quiera serlo.
La autoridad indiscutible del director de ese Centro solo lo cuestiona el dinero, dinero que quiere hacerse con los papiros y manuscritos de incalculable valor que se guardan en ese emporio de cultura. La estigmatizada inmediatez de una ordenanza llamada Mary McCarthy nos conduce por toda esa inventiva métrica y formal, junto al señor Berger (uno de los empleados de seguridad) y tantos otros como el señor Griffin (ese nuevo y viejo bibliotecario), por ejemplo.
Prometerle ir a ver los castillos y escenarios de la serie Downton Abbey a esa empleada de base no es más que una fanfarria que le abren otro capítulo en su vida, donde, quizás, ningún error insalvable pudiera ser tan duro como ese. ¿Por qué? Por la verdad de enfrentarse a nosotros mismos, a quedarse sola. Que viene a ser lo que hace ese gestor cultural con el grupo de lectura (peor que un poeta intentando enhebrar su pensamiento en la aguja de la realidad), donde cada cual intenta remendar su distancia con la sociedad; en ese grupo, variopinto, los amigos de verdad y las necesidades duran hasta el final, el resto son etapas del pasado. En ello también ayuda Maycomb, aquel pueblo sureño de la Alabama de Harper Lee (autora del libro de referencia); y la niña Scout, porque la carne de la vida está en la sangre, y eso ya se lo contó su padre y abogado, que defiende a un negro de todos los instrumentos habidos y haber. Un clásico de la literatura al que le faltó la aprobación del burlón de Quevedo: “Nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar y no de vida y de costumbres”.
Y están los jubilados, esos que van perdiendo progresivamente su alma en un camino sin retorno, también la bruja oculta y un oscuro secreto. No en vano, todo Manchester se reduce a una lograda y asfixiante atmósfera de pesadilla en donde el aire fresco y torpe de los muchos pueblos del mal llamado Reino Unido dejan a la intemperie los oficios y las inseguridades.
Esa muchacha a quien nadie saca a bailar más que por el compromiso, quién sabe si llegará a conocer al gato Garlan y el servil esplendor del castillo, destinada a envejecer cuidándose. Solo un verdadero amigo y aliado irá a tu rescate cuando te vea decaer.
Un pueblo que honra la lectura, y que también olvida la verdad sobre la que se sostiene. La información no se pierde en la oscuridad, sino en el exceso de luz.
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