Sabía que ella, su amada, estaba enfadada porque él había decidido que no irían a la fiesta, pero, sencillamente, no era capaz. Había amargura, había resentimiento. Tal que uno hubiera desayunado dulce y el otro salado.
Al final, había llegado el momento y se había visto obligada a buscar la verdad. Antes, ella vivía con su soledad, ahora vivía con su compañía; la suya propia. No más, en tal lealtad y futuro. No le hacían falta fotografías ni la vida pública, ya no era joven. Claro que, corrían el riesgo de quedar destrozados.
Tal vez hubiera debido hacerlo muchos años atrás. Le quería, y quería seguir queriéndole. Pero no. Optar por vivir la vida con una venda delante de los ojos rara vez resultaba honorable.
A todo esto, los niños podían llegar en cualquier momento… Sus cuerpos, sus labios, su respiración. Tenían una familia perfecta. Perfecta por completo.
Necesitaba que le dijera que todo iba a salir bien. Y con la mejor intención.
Válido para cualquier época,
y casi que postulados.
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