Alguien tuvo la delicadeza de tomarnos por más listos de lo que somos, ¿o no?
Con tantas cosas conocidas y extrañas, resulta que para la vida a ratos tenemos la fragilidad de los justos, estanterías compartidas, intimidades improvisadas, la automatización de tareas sencillas y hasta la casa del preso, en fin, un mutismo que encierra pánicos, donde ni la alegría de la esperanza.
Sí, el mundo se olvidó de llorar; es lo que nos hace ser lo que somos. Sigo sin entender ¿qué la hace la madre de su hijo pariendo a su nieto?, más bien que lo publicite, pues una cosa es la ciencia y otra la intimidad de las personas, sobre todo de los niños y los más indefensos, o ¿por qué se manipulan objetos inanimados habiendo personas como si todo lo demás no fuera disfrute y eso sí?, ¡y no!, no soy un conservador radical, en absoluto. Pero me siento raro, desubicado; hoy, nuevamente, he tenido que esquivar una ganga financiera: me han llamado del banco ofreciéndome ser rico adquiriendo un producto de los suyos, ¡cuánta fortuna! La dificultad de ahogarse le he deseado prudentemente a la comercial de la entidad mientras la misma ni se extrañaba con su gracia salvadora: “Sí, debe decidir entre el decidido y el moderado”.
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