-A veces tienes que hacer algo malo, para conseguir algo bueno -dijo Restrepo.
-Un enemigo que conoce el futuro no puede huir de él -le respondió Vélez.
La comunicación no verbal hizo entonces de las suyas. Todo un silencio cobarde, silencio de gente que sabía, y silencio intimidatorio. Voces calladas con mucho que contar, cercenándose.
Trece años más tarde, sus hijos, quienes por entonces no conocían el rencor ya eran bien distintos. Gentes que se alegraban por las cosas malas que le pasaban al vecino, no por sus méritos o por si habían logrado algo por sí mismos. Empezaban a estar en la era de la vileza, descontentos por todo, y fuentes de autoridad. Pero algo se les resistiría, lo mismito que a sus progenitores. La verdad podría ser escondida en las luces de domingo, que no destruida, por más que sus habitaciones para invitados fueran gigantescas estancias, nuevas y antiguas.
Lejos del mundanal ruido había de todo, incluso bellos edificios medio derribados que contenían el feroz crisol, sin tibiezas y sin complejos. Bellos edificios, y bellas personas al filo del mañana. E historia decapitada y desmembrada. También sargentos, de esos que investigaban. Y arbustos silvestres, gentes bronceándose, papeles revoloteando. Reconocidas calles desiertas y edificios de estuco. Sargentos que escuchaban a las familias, y que se preocupaban por ellas; sintiendo algo distinto por cada una de ellas.
PEBELTOR
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