-Será una solución provisional. No hay mayor amparo legal- discursó sin ir más allá, embocándola entre esos dos vehículos.
Fuerte pero pacífica, y dejando poco espacio, a la vuelta de vacaciones se reabrió tratándose de no extenderse mucho. De hecho, no era la primera vez. Todos los sábados, sobre la una de la madrugada le pasaba lo mismo.
El otro controló el riesgo. Podía ocurrir cualquier cosa. Una decisión de ese nivel estaba más que consensuada. Veinte años de relación y vuelta a la misma escena. Había que quererse mucho.
La curiosidad es que le habían dado el alta médica ese mismo día. Los psicoestimulantes; hasta los mascaba. No había manera, les tenía deseo. Ni el olor ni el ego.
La estrella roja del otro la avisó, asomándole la muñeca cual diapasón victorioso, y eso que todavía tenía mucho que cortar la mujercita.
-¿Tú dirás?- le dijo en ese caso.
-¡No!, ¡tú dirás no!; por ahí viene mi profesor de alemán. ¡Joder María que son las tres de la tarde!
-¡Los putos médicos que no dan con lo que es!- se condenó y le condenó, extraña, pero en su comparsa.
No quería ni mirarle, siempre hermosa y con los dedos largos y las venas marcadas. La niña que fue. Hasta…
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