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Le llaman Judas… ¡qué silencioso!

Hizo su trabajo, pero no gustó a algunos. Concretamente a dos, que, además, creía que eran de los buenos amigos, pero se lo llevaron muy por lo personal, o eso pareciera, dadas sus conductas y su frágil moral. Gran parte de lo que no hizo le concedió el privilegio de ser acreedor del elogio o de la censura.  

Lo que él no quiere es que la intranquilidad le haga perder la perspectiva. No. Él mismo se ha preguntado varias veces si ha sido un hipócrita o no, como acusado que parece, tanto en lo personal como en lo laboral. Mira su propia suerte, y hasta se pregunta ¿cómo pudo ser tan imbécil?, ¿o si se dejó engañar por ese mar de hierba? ese inmenso reino de la amistad.

Pero ya nada es igual, porque el teatro es la fotografía del alma, y aquí no hay teatro, por eso todo duele más… les viene a ser un traidor, un hombre de paja. Ni mirarle a los ojos ha podido su amigo en tal extrañeza, pero le acusan; y eso que ha sido el único que les defendió. Con ella un apenas –buenos días– que resonó a sucio, del peor tabaco.

Ya todo serán vísperas, juicio. Así es la condición humana y sus artimañas, que quema, falsea, cuando no nos gusta, faltando a todas las glorias.

¡San Judas será y es ya!, el que traicionó su sanedrín… jamás lo hubiera pensado de ellos dos, para estar otra vez donde empezaron –extraños-, sonando raro las decencias y obligaciones en tanta jaula.  

De haber sido mujer, como Gilda, esa Rita Hayworth de 1946 (otra Judas), hubiera sacado las uñas, temiendo sufrir de amnesia o algo parecido, haciendo frente a esos arrebatos de la fragilidad del bien, para no vivir en el vacío, porque necesitaría una razón para tantos pecados: ¡Con qué felicidad se echan fuera las emociones y se pone la gente a la defensiva!”. O el Glenn Ford de la misma: Por amor de Dios cada cosa a su tiempo”.

En fin, que ese Judas tendrá que ser un aventurero, como decía Gilda (Rita), con su amado mío (“yo podría ayudarte a recuperar esa práctica”), porque precisa de alguien verdadero a quien darle las buenas noches y que no haya más máscaras, dado que el odio (es casi odio) es una emoción muy intensa, y África queda lejos, o América, así como que no se pueden suprimir las emociones o cerrar una ventana sin más. ¡Pero basta ya de antifaces!

Sí, todo problema para alguien, es cualquier cosa, menos insólito. Sí, las emociones nublan el cerebro. Amor, toda una pluralidad de bienes y la vulnerabilidad de la vida humana ante la fortuna y la naturaleza de la amistad.

Qué silencioso es que no haya absolutamente nadie, ni esas buenas noches”.

Las cosas malas terminan en soledad hija mía”, un proceso natural difícil de detener (de otro grande entre los grandes, que firmaría cualquier idealista). Veredictos que no deciden nada en el día a día, luego Judas, le llaman Judas, como que desconocidos, siendo no más que un hombre solo al que no le gustan las miradas de derrota.  

Pedro Belmonte Tortosa

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Pedro Belmonte Tortosa
Tags: amigosdesempeñoFordGildaHayworthJudasla fragilidad del bienPebeltor

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