Las lágrimas de tu payaso

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    ¿Qué es?

    Un ejercicio costumbrista, y el lado oscuro de las buenas intenciones, porque todos tenemos una cierta esperanza de tener buenas noticias. Reflejar, en parte, el trabajo de los/las asistentes sexuales para personas con discapacidad, se transfigura como una narrativa huidiza, al objeto de diluir a todas esas personas que ayudan y son el estándar de la inclusión: almas, y precedentes. Ese sello de participar del Proyecto LIFE-Time, muestra si se es una puta cosa, basura o un cuerpo. Para entender ese factor humano, uno lamenta no ser quien creía ser, y si la ciudadanía juzga con lógica o con emociones. Sencillamente otro existir. Son besos callados, por supuesto. Visitas que se encubren, noveladas, porque la vida requiere tener el valor de desprenderse de las certezas y saber suplantar todas las connotaciones, hasta esas en las que propiedades o personas, solicitan ´que les den por el culo´ para sentirse bien o mal, al ni poder limpiarse ellas solas.

    ¿De quién trata?

    Hay unas orientadoras, que instruyen en esa misión. Se llaman Rosa y Teresa, entre otras habidas y por haber, habilitadas para convocar esos deseos y ofertar los encuentros, escuchando.

    Luego están las de las reacciones imperceptibles, son esas mujeres que, a modo de lienzos entrecortados, minusvaloradas, son el cuerpo encontrado, las cuales auditan esas armonías de cámara de los sustitutos sexuales con sus hechizos y necesidades. Están las Kate, Inés, Magdalena, Lucrecia, María y Lira salvando las distancias. Consolidan esas referencias del dejarse ayudar, sin ser las prometidas. ¿Se solidariza uno a su causa?, ¿son marginadas?

    Como no se valen por sí solas, tienen criadas, una de ellas es la tal Julia: enfermera también.

    Y otros detalles importantes de la investigación, como el narrador, que no sabe si lo están siguiendo, pero que se ve obligado a cambiar de estrategia, y por eso se mete en esa marcha atrás de darse a conocer ese Proyecto de salvar a las impedidas. Es su modo de darse auxilio.

    ¿Cuándo se desarrolla?

    La obra transcurre desde agosto hasta diciembre de dos mil diecisiete, incluidos. A lo largo de esos meses, ¿cuál es la consciencia de uno mismo?, ¿qué define a una persona? ¿Y por qué existe ese oficio?, ¿inspiran amor, dolor, sexo?, ¿derechos humanos básicos? ¿Sentir?

    ¿Cómo se trabaja?

    Las desvalidas forman parte de esos extremos y mercados de invierno. En cualquier caso, son también los sueños más antiguos del mundo, como ese sentir, así como volar como un pájaro; frustración también. Consentimientos y malos tratos. Propósitos. Saber quién se es.

    Se muestra la forma de actuar de esas instrucciones, que conllevan sus pausas; y se apela a la prudencia, acaeciendo la ejemplaridad y esas intimidades de familias, relaciones y repulsas.

    ¿Dónde sucede?

    Se trabaja en Madrid, como escenario base. Al mismo tiempo se traslada la operativa a Sevilla, como podría ser cualquier otra ciudad, de las grandes y cosmopolitas.

    No se duda en reprimir lo que vendría a ser Venecia, París o Roma en ese desencanto generalizado, y hasta en el diario vivido se habla de un recóndito lugar alcarreño, bien conocido por sus campos lilas y aromatizados. Además, hay referencias a un sur supremo, privilegio o inmunidad, una posible redención; y a un hospital de una ciudad dormitorio donde hay un piano que guarda una obra de arte que une las conversaciones con obras anteriores.

    ¿Por qué?

    Para entrever un acercamiento como telón de fondo. No se parapeta el narrador en más daños, salvo los suyos, y contribuye a saber qué sienten esas personas (mujeres en su caso) que van cesando sus días, con esas horas y seres tan particulares y específicos, bajo lo consecutivo del escenario sexual y los problemas del vivir las tiranías y el vaivén de la muerte.

    Hay que garantizar la unidad de quienes buscan y se lamentan, y desafiar esas confianzas.

    ¿Para qué?

    Hay que desterrar los falsos repuntes, y unirse en lo corrompido, intentando comprender. Oportunidades las hay, quizás los costes conllevan más escuchas de las que se muestran, ahora bien, los porqués están probados, y se unen, en definitiva: parece ser que nadie quiere morir, todavía. Y sí, las economías son el mejor comisionado para seguir decidiendo hasta cuando no se puede. Existen esos programas para seguir trabajando con gente de todo tipo, primando la búsqueda de lo social. Advertir un riesgo real, desestabilizaciones, violencias domésticas de dudoso interés, y ese vivir lentamente tan duro que da tanto pavor y asco como relativo cariño.

    Todo, lo conservador y no, se convalida al precisar de ayuda para todo, por más inmensas fuerzas que se crean tener. La medida es capitalizar todas las distenciones. Y no deja de ser otra posibilidad realista después de alumbrar un robo (el narrador), y un encuentro cuasi decisivo; al fin y al cabo, también quiere vivir y no abocarse, también quiere sentirlo todo, harto de flores de plástico y de billetes de ida, familias, trabajos varios y ciudades donde los encuentros son spam.

    ¿Qué formato se aplica?

    Se escribe en prosa. Evidentemente ha sido preciso crear una persiana para proteger la identidad de esas personas y las de los hilos en la sombra. Esa ONG es otra más, pero es, ajena y en casi todo. Y eso es lo que se declara: existencias.

    No existen fronteras para aquellos que se atreven a mirar más allá. Son ellas y soy yo. Es todo, incluido el desfase entre los sueños y la realidad, que no es tal, pues se habla hasta de los miedos y se hilan las naturalezas humanas a la espera de esos nuevos mensajes que sustituyan a los anteriores:

    Créeme, los recuerdos desvelan más que el café– fue el último.

    Aquello me dejó mucho más que la intuición del instante. Y desde entonces procuro no perder el principio de responsabilidad. Su voz, que no era suya, sonó a “mírame y sé color”. Y lejos de ser un cisma, aunque el acto fue efímero, el recuerdo me será eterno.

    El poeta Walt Whitman diría de ese cuarto poder de habernos visto, ella y yo, entre las hojas de hierba tan urbanitas, rosas artificiales, pero rosas al fin y al cabo por entre todos los Paseos del Arte habidos y por haber:

    Estuvimos juntos.

    Olvidé lo demás.

    Sólo el viento sabrá dónde irán a parar nuestras almas. Con tacto y una innegable habilidad nos mandamos al diablo de tal forma que pudiéramos estar ansiosos por volver a vernos. Entre tanto, hay otros sublimes aires venideros y caprichos coquetos, o dolorosos descarnamientos: compromisos, apuestas… duelos. Diferente no es malo, es sólo diferente me obligo a pensar. Es también parte de esa honestidad del tener escrúpulos. De otra forma me podrían tildar de barrabás, verdugo, desarraigado y de pretender ganarle tiempo al tiempo… No me vendría mal. No. El legado de huesos que arrastro no expresa perfección. Esto de la reinvención me sirve para mantener el secreto, ése y otros. Sólo yo sé lo que en verdad estoy haciendo, creo. Ni príncipe ni princesas. Son vidas cruzadas las que experimento, lagunas, islas. Acaudalados abrazos, frías emociones y sensibilidad a lo que permanece oculto. 

    Mantengo el mayor de los niveles de alerta hacia peligros de distinta procedencia, entregándome a esas otras vidas que se cruzaron en un accidente, y a las que ahora les llego yo, o me llegan ellas. No las etiqueto. No nos pertenecemos, solamente nos usamos, o eso creemos. Culpa mía y culpa suya, culpa de todos. Y nada de proezas. Todo son adaptaciones. Podríamos estar con las lecturas recomendadas, o desalojando ese siempre alojar de otros: familias, amigos, trabajos y demás haberes, pero hemos decidido tener furia ciega y conocer entre tanto…

    Por lo que sea, ellas tienen una suerte de connotaciones y otros matices socioculturales que me ayudan en este diario de hombre superfluo. Son románticas, góticas, fetichistas, indecentes, incapaces de sentir y vivir a veces, sangre y fuego casi siempre, pero alquimistas de deseo mayormente. Las hay de todas las pleitesías habidas y por haber, y de odios a pesar de los toques surrealistas y sus texturas y tonos. Ante todo son personas. Mujeres de una pieza, como todas, de compleja técnica y de épicas civiles. Distan de exhibir sus vidas, si bien, quieren explotar el potencial expresionista que todos llevamos dentro, con o sin miradas de fotografía. Sus desnudos, son, de lejos, los más difíciles. Ni un violinista libertario en la balada de un café triste podría transmitir la espuma de esos días y el laberinto de sus depresiones. Puedo asegurar de largo que conllevan un componente plástico que no siempre es grato, ni para la moral actual ni para la de otras épocas.

    Cansado de tener que asentir, y como mayor problema el tener que esperar, no dejan de ser de lo más común por duras que parezcan al converger su rumor. Antes me hubiera sido imposible pensar que un hombre como yo buscase su seguridad a tenor de las culturas y el capitalismo con ellas. No obstante, son raramente hermosas, y no paran de hacerse notar. Podrán ser mis aliadas quizás, o materia oscura. 

    Ignoro sus códigos, ahora bien, por lo que me muestran desde estas distancias, tienen y quieren mucho más que sacrificio y virtud las aguerridas. Formaría parte de esa redención si accedo a serles activo. Tengo razones que van desde la lealtad a la sospecha más absoluta pasando por lo más sórdido. Me niego a vivir una doble vida de mentiras. Su acogida, indiscutiblemente, da impresión.

    Buscan contratar a un asistente/terapeuta sexual para que no sepa de sus incapacidades, o si las considera (porque las tienen al presentar minusvalías) que queden en miradas huidizas y palabras vacías respecto de la existencia, ocultas en ese espacio de encuentro de dos desconocidos. Una reacción particularmente ridícula justificada con dinero y la capacidad empática del que paga y recibe. Y sin embargo, la intolerancia no alcanza cotas vergonzosas. Pudieran ser de codiciosas familias, de las que reconstruyen sus últimos días, de las enviudadas o miembros de una secta, psicópatas o asesinas, etc. Gentes de tintes existenciales como todos, condicionados, que medio resisten a cualquier obsolescencia programada… El caso es que sigo teniendo esos defectos de malicia en la mirada posmoderna del tener que ser más fuerte que todas las drogas para que no me afecten las estrecheces y lo exiguo. Es una decisión egoísta, y parte de esas lejanías impuestas a consecuencia de un encuentro en donde no terminamos de aceptar lo desconocido… Era reencuentro, superación y el no inspirarnos en lo único exacto: un cuadro y un libro de lo que extractar el “todo esto te daré”. Un estar sin más, lo que se pretende, en definitiva.

    No es ruptura esta separación por los arrabales del Madrid más callao, es descubrirnos también a nosotros mismos, ya sea con la chica de los guantes negros, con la gata colorada o con cualquiera de esas que deberían tener conciencias en el corazón. A lo sumo buscan algo parecido a no notar las trabas de la vida, pues son ellas las que han buscado contratar esa culpa mía del servirlas como profesional psicoterapéutico. Hay todo un nicho de mercado, y vómitos por doquier supongo. Todo, por los recuerdos del tiempo viejo, para trabajarse la hegemonía de la emoción contenida. Las vestiduras las tengo rígidas; algo dejé guardado, escondido, y no me valen ni las dramaturgias ni las prisas o pervertiría el arte y lo mercantil. Es ahí donde caben esas mujeres que añoran el olor de las casas de los demás tanto como la suya

    Apenas hay palabras exultantes. La probabilidad de morir violentamente debería ser menor que con otros encuentros, sólo quieren sobrevivir a toda costa, entiendo. Por lo que dicen sufren los rasgos insoportables de las guerras modernas. Cuanto me han enseñado a ese respecto en la organización que las trata y orienta, todos estamos atemorizados. Algunas tienen miedo, están expoliadas, y literalmente precisan de ayuda hasta para su existir. Otras me quieren apretujado en su seno de manera arrolladora, sin metros. No entiendo nada, o todo, hay algo ligeramente repelente, terrible y admirable en esos recordatorios. Barruntan inyecciones de liquidez, algunas con un convincente sabor a autenticidad. Las palabras sagradas son: “como si uno habitase de verdad”.

    Guardo todas las conversaciones. No son claras, sí de naturalezas espantosas, algunas solicitudes. No quieren engaños, ni compromisos íntimos, dicen. Afirman ser como esos monjes que buscan un recurso mejor para el largo camino del invierno. Espero que así sea. No hay suficientes pistas en la entradilla para conocernos mejor  y asistirlas… Y tiene lógica que así sea. Ni son majestuosas ni soy dios alguno. 

     Bienaventurados los cielos dije al meterme en este juego de identidades, y por ahora el color de la maldad no es más que la fuerza de la determinación. Si fuera severo, ellas o yo moriríamos, dado que todo es un cóctel de sentimientos a flor de piel. Eso del –mi mundo se paró contigo- no funciona con las tísicas, no son víctimas miedicas; tampoco te preguntas si les importas, al contrario, dicen –cualquiera menos tú- con una facilidad que duele… Me lo tomo irónicamente, o en plan pasional, según me sienta y convenga, al fin y al cabo todo es parte de este viaje vital y onírico del esperar a quien emigró. Más allá de lo incierto me tocó la clavícula en aquella sala del museo, sí… Con amargor inteligente hube de sonreírle, fue lo más escogido, todo lo anterior estuvo muy enrevesado. En el retrato descarnado no aprecié una trepa profesional ni el poder de lo despótico. Quise entender que ella también formaba parte de esas habitaciones dobles, y que era intrusa y huésped a la vez:

    -El bochorno es precioso, y nuestra música más que invisible, ¿me esperarás?- dijo esa preciosidad morena jaleándome con todos sus acentos.

    No pude más que darle todo el tiempo que precisase en sus senderos del mar. Es la desnudez de lo que en realidad soy. Ese al que el tiempo no le permite olvidar, ése a quien sólo una puede pedirle que le clave las uñas en el corazón.

    Más esa reina sin medidas parece ser que tiene antes que enderezar sus gestas o en su pueblo sólo habrá vientos fríos, rezos de los más fuertes y elegías.

    Ahí lo aprendí todo sobre ella. Puta y honrada se sentía peor que si hubiera amañado el encuentro, así las cosas no puedo dejar de seguir confundiendo a las autoridades, y he optado por esta ruleta rusa de lo bienintencionado con esas que bien podrían ser de las que paseaban siendo niñas, exitosas, la hucha del Domund (Domingo mundial de las misiones). Con ellas promuevo mi espíritu misionero; y vivo. Lo peor sería sentirme desempleado, inquieto, o convertirme en un deslenguado jeta. Necesito que por un tiempo sean más importantes que lo anhelado… La parte insondable e inmortal de esa sala donde se aloja la pintura que mermaron los del Patronato me ha dejado una herida incurable. Si consiguiera ser indistinguible me vendría de perlas. Preciso reconsideración y templanza, lugares de rito y creencia, deshechos en nada ordinarios… mientras los Nueva York duermen en su mayoría.

    Cuando se me vienen las sangres acometo la segunda impresión y no es bueno. Bastó un cuarto de hora en ese museo para ser de lo más respetuoso y perverso. Casi salgo dando zarpazos a tutiplén. De no ser por aquel artículo de la prensa que me sonó tan a falacia estaría ahondando en esa exageración del creerme capaz o en ser un infeliz. Su insuficiente argumentación fue despiadada y pueril. No sé si verme obligado a defenestrarla o a asustarme. Pudiera haber sido el castigo más atroz y perjudicial, de haberla seguido, si hubiera hecho caso a mi visceralidad. Distinguir qué era privado y qué admisible entre tanto público me resultó complicadísimo. Pude haber cedido ante lo más primitivo o al impulso más apremiante.

    Cínico, abusivo, engañoso, aberrante me harté de ambages y miramientos en la cafetería, acostumbrado a tanta vigilancia. Ahí desvarié y ahí razoné, en el autoritario y deficiente museo, sucumbiendo a mi cabreo, los abusos y ese horror del tener el oro tan cerca como tan lejos… Al día siguiente respondí al subversivo mensaje y me propugné nuevas leyes para liquidar las existentes.

    Es darme tiempo para ese alojar de veras, y que todas acaben siendo lo que sean. Hasta la que suena de fondo, esa incunable mía, con esos que ya no son lo que eran. No consigo dar crédito a ese arrebato. Siempre la tengo. Todos esos días esperando para más infinitas mañanas, consecuencia del colectivo y lo irremediable del tener que esperar… Había decenas de policías. A decir verdad, en determinados contextos bastante formales. Incluso relativamente conversacionales. Olvidaban el formato convencional algunos/as. Recuerdo ahora la fatiga de esa última semana antes de encabezar la llegada a ese vecindario de la ciudad donde nací: mi Madrid… En el trayecto de ida pensaba en contarle donde di mis primeros pasos, mi amor por el agua, por qué querría fundar mi empresa y cuál sería nuestro compromiso, de haberlo. Para minimizar ese egoísmo y no parecerle engreído, todo con un lenguaje simple y cálido en lugar de salir espantado, que era lo que me pedía también el cuerpo. Lo de tener una imagen fresca, manteniendo mi identidad sin desmoronamiento alguno, imponente, y consolidarlo todo a través del humor me parecía una payasada. Era coherente con el auge romántico, y fue todo un estímulo cruzarme con esos turistas (de Granada y Cádiz) que hicieron de lo castizo lo más exótico y pagano formando en cola. Miraban cien por cien como vendidos, tan predecibles como adecuados:

    -Yo no soy un turista- esbocé al pasarles de lado y mirarme raro.

    -¿Y quién no lo es?- me respondieron quienes popularizaban el museo.

    Fue un mal comienzo, algo no encajaba. No me salían los números. ¿Si había millones de turistas por qué todos parecían reconocerse? No eran las típicas víctimas propiciatorias de los viajes programados a los que se les lleva de un punto a otro con una guía en su idioma y a los que se les mete siempre en las convenidas frascas, subiéndolos y bajándolos a toda prisa para adentrarse en siglos y más siglos de historia en un santiamén… Si entendí bien, todo pudo haber sido un espejismo para que esa realidad museística me fuera verosímil. No me cabe duda de que quienes arrastraban sus redondeces por el piso no dejaban de recolocarse. Se sentían poco viajeros y en nada joviales, y eso que vivían o debían vivir una experiencia mayúscula. Cumplían, además, requisitos morales. Parecían ser de conventos. Nadie se apoyaba en la pared. Eran parte de ese triunfo de la emblemática opereta del volver a encontrarme con el tan liberado cuadro como si nada hubiera sucedido anteriormente. Estaban como en el cielo, pero con repentes, en un tremendo sacrificio. Todos testigos, todos en deuda. Ni fanatismos, ni crueldades de chiquillerías. Todo muy sacro y conceptual… Es el mejor reflejo de aquella insospechada alegría, y de lo que me pidió la púdica doncella en la flor de sus años y el fatal desenlace.

    Bastardo, rey, actor me impongo mi propia agenda. Los detalles me son escabrosos. No volveré a implorar perdón. Esperaba su presencia, supongo que muchos otros una bolsa de dinero a los pies de ella. Y hoy como ayer, mañanas, los Tesoros Públicos colocan cuatro mil ciento y pico millones de monedas en bonos y obligaciones a tipos más bajos para hacernos la vida más suya. Nadie paga, y debo creerme que ella me rescató de la calle para tener que meterme en un refugio para perros donde ser tratado con amor a la sazón. ¡Ufff!… ¿Cómo será la piel de esas?, ¿dura como la de un árbol o como el azote de los vientos?… ¿Parecerán inmortales? ¡Claro que no intento justificar nada! Aristóteles decía que la justicia reside en tratar igual a los iguales y desigual a los desiguales.

    Retorciendo a Whitman, aquella mujer y su imparable guardián invisible son aullidos de resentimiento que debo acomodar: no sabe lo inmortal que es, pero yo sí. Debo sufrir la variación. Tengo la ocasión. Creo haberla visto estampada en un autobús de tantos, de esos metropolitanos en esa ciudad. Yo soy ese que la ve, que la entierra, el niño que le pide la mano para cruzar y el que se pregunta ¿en qué me ha cambiado la vida desde aquel día quince de agosto? ¡Menudo problema el mío! Mientras duermo la condeno y le pongo cara de ángel. Todo. Le pongo y le quito todo. 

    Introducción
    Ni el color naranja
    Pero no después
    Contaminación
    Crítica y juicios
    Recordatorio visual
    Demasiada gente
    Siete perdones
    PEDRO (prestador de servicios de asistencia)
    ROSA  (una de las orientadoras)
    TERESA  (otra instructora)
    JULIA  (criada)
    KATE, INÉS, MAGDALENA, LUCRECIA, MARÍA, LIRA (receptoras del servicio)

    Whitman; Jane Austen; El Coloso; Criada; Imprudente; Inés; Sevilla; Quevedo; Sumisión; T.S. Eliot; Enfermera; Sexo; ONG; Piano; Huir; Adoctrinado; Perro; Magdalena; Olfatear; Cigarro; Madrid; Jueza; Venecia; LIFE-Time; Noviembre; Anuncio; Hotel Marius; Lira; Violencia; Silencios; Reglas; Cafetería; Sustituto sexual; Sueño; Lucrecia; Orinar; Salud; Recreo; Coche; Lila; Respeto; Convivencia…

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