Quedaba poco tiempo para la salida del tren. Lisa miró por la ventana, quería contemplar el paisaje por última vez antes de su regreso a casa. Llevaba mucho tiempo viendo el amanecer por esa ventana, esta vez había sido distinto, nunca había sentido la paz que sentía en esa ocasión.
Ella sabía que esa paz terminaría en el momento de tomar ese tren, pero estaba decidida a poner fin a esa situación. Era la vida al revés.
Era el verano de los catorce años, y del tener que elegir. Todo implosionaba en su cabeza y cuerpo, incluso lo más bello y virginal. Pocas niñas, a los dos años habrían recorrido tres continentes, ni hablado en cuatro lenguas a los siete años, o ser virtuosa de dos instrumentos a los diez, dándose con doce al ballet.
La que quería ser capitana de barco, a su corta edad debía de olvidarse de que salvamento marítimo le expidiera título alguno que la contentase hasta más ver. Debía de ocuparse de su madre.
Alguien que siempre estuvo bajo el cuidado de otros en una residencia de asistidos.
Su padre le pasaba el testigo. Junto a ella podría estudiar y seguir formándose en tantas artes como quisiera, además de conocerla de arriba a abajo.
No recordar tacto alguno de esos, ni cuando la besaron o le entrelazaron las manos, apenas reconociendo a nadie en fotos, y dándole miedo hasta lo del pasarle un paño esterilizado por los párpados sería todo un reto. Para empujarle la silla se bastaría.
Pero, ¿cómo se sucederían los días? Le habían dicho que viviría en una casa con todo lujo de comodidades, que un chófer la llevaría y recogería del colegio cada día, que no tendría que ir a hacer la compra, y que una auxiliar o enfermera la sustituiría en su ausencia y cuando tuviera compromisos a los que atender. Ella no sabía nada de cuidar a alguien, menos aún a una impedida, y casi que desconocida.
Había pensado en estudiar junto a ella, en una estancia u otra en función de la luminosidad, y en practicar los ejercicios de gimnasia en el reservado de la piscina, así también se podrían ver. Para la música era de gustos fáciles. Y lo del comer se lo darían también resuelto. Dormir, como habrían de ir acostarla, ya lo iría viendo.
Costaba creer que tras catorce años de vida Lisa hubiera adoptado por fin una madre. Ser rica y ser rico tenía esas cosas.
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