No sabían que estaba jugando con ellos, y no era de extrañar que estuvieran preocupados. Sabía hacerlo… la culpable de ahogar a sus cinco hijos.
No había mucho más que se pudiera decir, y eso que todavía tenia el teléfono pinchado, pero era poco probable que pudieran localizar la llamada: era analógica.
Podía permanecer de pie junto a la ventana mirando a cualquier jardín trasero durante un buen rato, la criada en un selecto centro privado femenino al noroeste de la ciudad.
Y aunque parecía tensa cuando mencionaban la cámara de video del teléfono, no se quejaba la que seguía poseyendo esa clase de belleza de instituto. Sí soltaba un suspiro, como si no supiera qué decir, e impostaba vergüenza y una mirada irónica.
Nadie podía igualarla. Ella misma había llamado a la policía. Y algo de un pijama les había comentado.
Desde que todo eso empezó apenas había comido. Ya le quedaba menos. Y a los otros, dos hombres que volvían a observarse mutuamente. Ella, no obstante, tenía que asegurarse de que todo el mundo apreciaba su importancia. En nada subiría las escaleras, cogería las llaves del coche y dejaría sobre la mesa el sobre… A la postre la policía pediría perdón, y no se le podría culpar porque muriera su abuela.
No quería ni mirarle, siempre hermosa y con los dedos largos y las venas marcadas. La niña que fue. Hasta…
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