-Señor Griffin, soy Mary McCarthy. Mary hay muchas, muchísimas. Por favor -le corrigió, para acto seguido no quedarse ahí parada viviendo del aire. -Sí, es la hora. No, mejor dicho -rectificó inocentemente- señor Griffin. Que sí, que ya es la hora de cerrar. Solo debo decirle que es la hora de cerrar.
Él se miró el reloj bajo la atenta compañía de esa mujercita, y el haber estado absorto o el hecho de estar medio soñoliento u ocupado hizo el resto. –La necesidad de trabajar sin cobrar no es buena ¿verdad?
-Me dicen que solo abra o cierre, que cobro por abrir o cerrar, siempre. No más. Sin expectativas.
-Mary McCarthy -se fue levantando el señor Griffin, y comprobando que estaban solos donde horas antes había varias personas de todo tipo y condición, leyendo y consultando-, seguro que eres una mujer lista, estoy seguro de ello- e hizo un gesto de asentimiento.
-Yo abrazaba a mi gato. Se lamía la piel como un buen animal -añadió esa, la de los dedos inflamados.
-Yo tengo un gato. Garlan. Tiene el vientre liso para lo que come el bicho, y el cielo de amor adolescente.
-No entiendo eso último señor Griffin -dijo con la inexpresada idea- pero sí, sin una buena persona contigo tus posibilidades se reducen. Eso me decía mi madre.
Extracto del libro Mary McCarthy
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