En realidad, somos bastante extraños, máxime cuando las voces salen de la niebla, de los tiempos indecisos, o de lo bello e inadvertido del aleteo de un pájaro alimentándose de néctar en un acto casi místico, surgiendo la librería ambulante de la naturaleza, los tonos, y ese comprensible infinito de cuando uno se detiene en sus pulsos y sus cánones de diversidad.
Cosas que amansan los latidos del corazón, cosas que deben ser breves, cosas que pierden al ser pintadas, cosas que están cerca aunque distantes, y pareceres satisfechos de sí mismos.
Nubes y cosas que nos gustan particularmente, con o sin el silencio de los dioses, cuando la frontera entre lo racional e irracional es cuando menos difuso, y la costumbre es la reina.
Otras estrofas, otras canciones. Que acarician la singularidad del mundo impidiendo que perdamos de vista aquello que es valioso. Detalles, principios y valores gratificantes.
Preciosas ridiculeces cuando es el otro quien nos cuenta nuestra historia y nos devuelve el pulso narrativo.
No quería ni mirarle, siempre hermosa y con los dedos largos y las venas marcadas. La niña que fue. Hasta…
En Villaciruela estaba prohibido leer, escribir. Las señoras habían de serlo siempre, admirables en cualquier circunstancia. Afortunadamente siempre existía otro…
Por muy diferentes o parecidas que sean, y cosas hirientes que se digan, las religiones unen a las personas. No…