En realidad, somos bastante extraños, máxime cuando las voces salen de la niebla, de los tiempos indecisos, o de lo bello e inadvertido del aleteo de un pájaro alimentándose de néctar en un acto casi místico, surgiendo la librería ambulante de la naturaleza, los tonos, y ese comprensible infinito de cuando uno se detiene en sus pulsos y sus cánones de diversidad.
Cosas que amansan los latidos del corazón, cosas que deben ser breves, cosas que pierden al ser pintadas, cosas que están cerca aunque distantes, y pareceres satisfechos de sí mismos.
Nubes y cosas que nos gustan particularmente, con o sin el silencio de los dioses, cuando la frontera entre lo racional e irracional es cuando menos difuso, y la costumbre es la reina.
Otras estrofas, otras canciones. Que acarician la singularidad del mundo impidiendo que perdamos de vista aquello que es valioso. Detalles, principios y valores gratificantes.
Preciosas ridiculeces cuando es el otro quien nos cuenta nuestra historia y nos devuelve el pulso narrativo.
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