En la cama se congeniaba o no se congeniaba, más allá de la desafección por la política y las nuevas coordenadas de la ética. Y había siempre un deseo interminable, se quisiera o no. Todo ello formaba parte de las investigaciones del comportamiento humano.
Así como que la cama podía llegar a ser un auténtico tugurio. O bien que se tendiera a gimotear cuando se perdía el sentido. Un cisma, y la otra ventana del cuerpo, en definitiva.
De otro modo, estaba la cama para hacer negocios. O como mero mueble para leer, descansar, dormir. Y estaban los que observaban a los demás, gatos y demás felinos aparte. Era acojonante cómo se comportaba la gente en la misma cuando no era partícipe de lo que realmente hacía, sino que su ser se dejaba llevar y sobre ese lecho expresaba con su cuerpo diversas emociones, contenidas en su mayor parte de llegar a estar despierto o somnoliento.
Actitudes influidas por la biología y la cultura, que no dejaban de ser comportamientos exhibidos. Y emociones, valores, autoridad, persuasión, coerción. Desde la infancia muchos ya apuntaban. Otros había que guiarlos. A eso, y otras decisiones y cosas similares, se dedicaban en buena parte los del cielo o no habría un comportamiento sano y estable. Que también los había optimistas, pesimistas, envidiosos o confiados de más.
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