Pareciera que no, pero sí. Había un momento en la vida en donde se precisaba escaparse a ese lugar donde se cruzaba lo viejo y lo nuevo y recordar esas maneras de hablar, de comer y donde el silencio no tenía más señuelo que servir para muchas miradas diferentes y ninguna, como si se descubriera algo nuevo, dejando a un lado las cosas que decimos, las cosas que hacemos.

Ese bazar de la calidad, ese disco de silencio. El frío de la madre.

La casa, ese lugar del que marcharse con tantos recuerdos con los que se había llenado. Nada más ensordecedor; donde antes se vivía con soledad y ahora con compañía en la ruleta de los días, los años y los tiempos. Donde alguien vivía sólo para tener un lugar adonde volver siempre. Dulce y salada.  

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