Quería el surgir de la vida, que también fuese sucia, ruidosa, fea. La Humanidad eran ellos: ni más ni menos. Y eso que la primera bala que se metió no tuvo ni agujero de salida.
Con una mirada cargada a partes iguales de emoción, preocupación y orgullo, más la felicidad de no tener que hablar en ningún idioma que no fuera el suyo, escuchando su propio eco le gritó al puto árbol que uno tras otro había ido enterrando a abuelos, padres, tíos, hermanos, esposa, sobrinos e hijos; y por supuesto a los amigos y sus allegados; desconocidos y animales, también.
Ya no sabía qué hacer ni adónde mirar. Ese árbol que de niño le refugió le había confinado hasta la extenuación. “Arbolito, arbolito; tú y yo, tú y yo; solos” era todo lo que quería dejar de olvidar. Un pensamiento de lo más audible. Solo. Con su rabia, y la omnipresente salud y alegría de ese árbol.
No quería ni mirarle, siempre hermosa y con los dedos largos y las venas marcadas. La niña que fue. Hasta…
En Villaciruela estaba prohibido leer, escribir. Las señoras habían de serlo siempre, admirables en cualquier circunstancia. Afortunadamente siempre existía otro…
Por muy diferentes o parecidas que sean, y cosas hirientes que se digan, las religiones unen a las personas. No…
Mientras las gentes del lugar afrontaban sus problemas, otras tomaban conciencia del dolor con una honestidad entrañable. Uno de cada…