La coherencia dice que somos de quiénes hemos dejado que nos conozcan de verdad. Y que a todos nos gustan que nos necesiten, de unas formas u otras. Con eso estaría todo dicho, pero raras veces se rechaza a una persona que te gusta, que te aporta.

Se suceden las horas, se suceden los días y eso son parte de las muchas contradicciones que tenemos las personas.

Decir NO a alguien es legítimo y necesario.

Decir SÍ por salir al paso es otra opción.

Y luego está lo otro; no decir nada, aunque resuenen los vacíos, o decirlo del modo que la otra parte lo entienda, que es casi más complicado y doloroso, pues cuesta creer que dos personas que se tratan duden de la delicadeza, honestidad y afabilidad del otro. Pero sí, a veces toca decidir en la pareja, incluso cuando no se es aún ni pareja, por muchas cosas que se hayan hecho con y sin reservas. Y ese es el puzle.

¿O a lo mejor es que esa persona no nos gusta y/o no nos aporta?, ¿o no hemos sabido hacerlo?

Más complicado es cuando se dice que se está cansado/a. ¿Cansado de qué? Si sabes quién eres, sabes qué hacer.

Conociéndose, ya surgen miedos, un miedo recurrente -porque las cosas hay que vivirlas, que no solo trabajarlas en esos tanteos de los inicios- a todo eso. A no saber entender a la otra parte, a no estar, a creer en algo que no se sabría hacia dónde ni cómo evolucionaría, a volverse cómodo y resultarle egoísta… y fundamentalmente a echar en falta, o sea, a crear esa necesidad. Y para ello no sería necesario compartir mucho, ni todo. Solo una parte, mayormente cosas normales, nimias, ridículas o idiotas, que también algunos caprichos si fuera el caso. Cenar, comer, pasear, charlar, algún viaje, tareas, etc.

De pronto un día te encuentras que te llegan a decir “que no pueden llenar tus vacíos”, como si tampoco lo pretendiesen hacer. Y te callas, por no ofenderte.

Al cabo de un tiempo, escuchas “que todo el mundo tiene las mismas oportunidades en esto de la vida”. Y prudentemente sigues callando. 

La comunicación, sin saber cómo ni cuándo, se vuelve incómoda, ingrata, soez, pero sin caer en la indiferencia, porque hay un interés mutuo, quizás por esa hambre emocional del realizarse en la vida, algo innato y que se retroalimenta. Tanto, como que hay que sacar las palabras y los momentos con sacacorchos.

Y, llegado el caso, ya ni se relativiza. Todo es sacado de contexto, se maximiza, habiendo entrado en un submundo de conciencias donde todo ofende, hasta el propio interés en saber del otro. Nada está en su justo término. Los sentimientos pareciera que desaparecen o se exacerban en contra del otro. Ni a esa voz que un día fue tan cercana, hermosa y apreciada se le admite comprensión y escucha alguna.

Es entonces, cuando aquello del ser distintos pero iguales no suma y las buenas noches no suenan ni a eso; se quiere olvida el querer, respetar, valorar, aceptar. Uno se pregunta ¿qué se ha estado haciendo?, ¿en qué ha invertido? ¿A quién ha dejado entrar en su vida?

El espejo te dice que eres educado, formal y considerado. Tu experiencia vital que no das oportunidades a cualquiera. Y como que hubiera pasado un año.

Abandonas el espejo y te preguntas ¿qué está bien y qué está mal?, los pros y los contras. Sabes que nunca tuviste nada ni fuiste nadie. Solo trabajar, para comer y poner tu granito de arena; pero que seguirás siendo de los pobres. Y esperas que la otra persona dé algún paso, cansada o no. Pudiera llamarse la cuarta vía. Pudiera demostrarte que elegiste bien, que hiciste bien en ir a verla aquel día y ofrecerte, aunque pareciera una mera coincidencia comercial; aunque tardases tanto en dar el paso de entrar en asiduidades -como verse-, que nunca le fueron suficientes; aunque dude de ti y no te conozca, que es lo que más duele, porque ofende cuando te ponen en duda y cuestionan las delicadezas. Pudiera ser que esas caricias que no se han tenido fuesen por algo, y te esperasen. Pudiera ser encontrarte con que no tienes nada suyo, nada material, y que todo es como un sueño pasajero que se te atraganta. Que miras a tu alrededor y nadie recuerda ni sabe de ese alguien que quisiste tener. Que todo se quedó pendiente de hacer por no saberlo hacerlo o estar en ello.

Más el hastío es eso. Intentar rehacerte. Dudar en dejarte ver o pasar de todo; ser débil o fuerte. No saber quién eres, ni saber qué hacer. Y se piensa, mucho. Distintos, pero iguales; o lo esperas. No habiendo nada en lo que creer.

Por no tener, no tienes ni la maderita donde apoyar el puzle y darle sustento. Te falta todo, cuando un día creíste haber encauzado esa otra parte tuya, y suya. Porque en ese duelo uno depende del otro, más si cabe que cuando se estuvo, mejor o peor. Y no te dejan salir, lo cual no sabes si es mejor para evitar presentarte; cosa que no piensas hacer, pero que ni de ti mismo te fías, pues confundes la mediana edad con ser joven.

Y resulta que te llama y, sin decirte nada, te lo ha dicho todo. Tu otra parte. Nada es nada, porque no has escuchado “cariño” y cosas de esas, ni algunas. Pero te ha llamado, ha dado ese paso. Notas que el mundo ha empezado a dar ese paso, aún pequeño, porque es tu continente, tu mundo, mezclándote con su día a día, aunque sea a deshoras, y crees; vuelves tontamente a creer. En nada, que ya es algo. Deseando que de veras llegue a conocerte de verdad, y que te necesite. Con eso estaría todo dicho, que raras veces se rechaza a una persona que te gusta, que te aporta.

Se suceden las horas, se suceden los días y eso son parte de las muchas contradicciones que tenemos las personas.

 

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