Vivir es caro, aunque no se adquiera nada hasta que se rompa lo anterior. Ese patrón de continuación viene determinado por los recuerdos, la alta traición, y fundamentalmente, porque conforme se crece uno es más viejo, depravado y singular. Los aromas de los muertos, la mosca de la tontería y otros hermetismos son las historias de fuerza bruta por las que hay que pasar, tal y como la política, con su arte de enredar. Es la vanidad de las vanidades, lo mismo que sucede con el león más fuerte, quien sabiéndose poderoso, es vencido cuando se juntan otros tantos de su misma calaña, aunque menos valerosos: le abaten.
Este mundo no es fácil cambiarlo, porque como tenemos tantas fuerzas de la naturaleza, nos desgastan y nos abocamos, bajo el dicho: “empezar quiere la cosa”. Primeramente uno tiende a repartir entre todos la posibilidad de error; luego, tras el fallido rescate, uno se centra en la discreción, la sencillez, la elegancia y el académico carisma de la naturaleza como mejor manera de respirar; para finalmente, al saber que la pregunta venía ya maldita, apercibirse de que la ciencia de la vida le conduce a uno a ese nuevo ecosistema dotado de las apariencias, las características y esos contenidos imposibles que muchas veces son nulos, como querer estar con alguien, cual remedio más eficaz.
Todo sería más fácil si se pudiera olvidar, si realmente cada uno viese lo que quisiera ver, y si en las proposiciones empezase todo… ¡Pero nada!, toca aceptar sin desmayo esas reacciones sin premio, cuales sombras de reconciliaciones, tal que los aires cambiasen de sentido virando quijotescos, sombra y luz de todas las ventajas, uniéndose a los mismos para no ser ajeno, y por supuesto, para en sus estelas, reivindicar el silencio como un valor importante… Nadie quiere tener al lado un muerto, es la prueba fehaciente de que ya no somos inocentes.
Si bien, dado que hay sueños que sólo existen por el recuerdo con el que se les acaricia, al caérsele los pétalos y el resto de las inflorescencias a esas que también tienen miedo, quedan otros menesteres que no se deberían de encarcelar, mostrando esa realidad escondida sin adulterarla. Palabras, dinero, poder, amistad, aislamiento, todo adquiere un tono de ingenuidad cuando uno no obedece a algo más profundo… La economía de la competitividad nos lo omite, y uno sería más analfabeto si cabe, salvo por el contenido del último mensaje. En este viejo, esencial y renovado diario se cuenta eso y mucho más, sin noticias de prensa, sin dictaduras, sin finales de trayecto; y aunque parezcan tonterías, todo ese magnetismo y el consiguiente veneno de la vanguardia de la ilustración y las memorias de sol son el mejor anonimato.
Ser parte de esa tela de araña que se basa en la independencia, no es obstáculo para desgarrarse cual ladrón del tiempo como principio de precaución, antes de ser más ambicioso, yendo más allá, haciéndose Estado, y autor de los atentados. Siendo parte de ese refugio tranquilizador de tener algo y no poder llevárselo, dispara la incomprensión y divide la vida entorno a valores que todos compartimos. Es una etapa, donde si uno quiere escapar, a la mínima se percata de que el frío ya está lo suficientemente habitado. Pudiera ser que lo más coherente sería estarse quieto, no hacer ruido y olvidar, no obstante, se pervive en la dureza y en los mínimos del amor, porque “la verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio” (Cicerón),… y cada error se comete a su debido tiempo.
Todo son eternas deudas, ya lo decía otro gran retórico y estilista de la prosa: “Considero más valiente al que conquista sus deseos que al que conquista a sus enemigos, ya que la victoria más dura es la victoria sobre uno mismo” (Aristóteles).