Desde que era muy pequeño me enseñaron que al cambiar de estación, aquella ropa que estuviera vieja y en desuso la podrían aprovechar otras personas, por eso hemos venido entresacando del ajuar de un modo selvático, todo tipo de mobiliario y algunos harapos. Si me matriculara en un taller de restauración lo tendría difícil con las prácticas porque carecería de elementos viejos, aparentemente inservibles, o defectuosos con los que ponerme a restaurar, me vería obligado a pedírselos a los demás, y estoy seguro que encontraría algo. Pero no es el caso, dejamos esas batallas para otros, ha llegado el momento de desvestirnos de otro modo. La excelencia crea adicción, al igual que la pena y la duda, por eso salimos de todas ellas, dándonos a la fuga.
¿Se puede aislar voluntariamente una persona?… Yo me cuestiono hasta qué punto uno puede evadirse de todo cuanto le rodea, y en qué sentido afectaría ello a mi vida. Y en último término, si me interesaría volver, en el caso de que consiga irme… De eso va esta treta.
¿Y dónde? No es tan fácil esconderse. Podría aparecer por cualquier parte, sin más, pero opto por un retiro voluntario, allá por mis mundos, rastreando sonrisas y lágrimas hasta que llegue el momento de volver, dado que no sirvo a causas perdidas. Si no es para siempre, mejor que haya distancia y silencio, porque no merecemos más; en caso contrario, búscame si puedes.
Lo que ha venido sucediendo hasta ahora no ha sido exhibicionismo, simplemente he dejado patente quién soy y qué necesito, me he recreado de tal forma en determinados asuntos, que hemos desentrañado mis miserias y algo más, llegándoles a causar agrado y repulsión; centrémonos en esta etapa en desnaturalizar la objetividad, yéndonos discretamente a donde otros muchos no quieren que lleguemos, impidiéndonos conocernos más. Nos evadiremos de los azotes públicos y de las vidas secretas, aventurándonos en un probador al filo de la irrealidad, donde habrá damas de día y maestras de noche. No todo es verdad o mentira, también hay que distinguir en qué mundo vivimos cada instante. La realidad se podría definir como “aquello que parece ser”.
No, no es una lectura para todos los públicos. Los niños tendrán que esperar, y los mayores habrán de esmerarse en seguirnos:
-¿Estás ya?- me pregunta Mer.
-Por supuesto, te di mi palabra- le respondo.
-Átate los machos, que nos vamos-, me comenta la niña bonita.
-No sé qué llevarme- le digo sincerándome.
-Haz como yo, improvisa- dice mi acompañante en este eclipse. Y me añade –limítate a conducir, que yo pongo la música.
-De acuerdo Preciosa, tú mandas- le respondo dejándome guiar.
Disculpa Mer –¿Dónde vamos?– Pregunto.
–¿Acaso importa?– Contesta ella.
-Tú y tus jueguecitos- le digo contrariado.
-¿Te ha dado tiempo a deshacerte de eso?
-Juegas con el pasado de una forma frívola- le respondo vigilante.
-Prepárate para lo imposible- apostilla. Y añade –la esperanza entraña peligro, porque no te permite parar.
Tras escuchar esa voz lúcida y autorizada, me digo: todo es cuestión de equilibrio.
-Te he oído- dice ella, y me lanza a la palestra bajo la anatomía de su presencia.