Me siguen robando los caramelos. Los cogen de la estantería del despacho. ¿Compro más?, ¿dejo de reponerlos? ¿Pongo una cámara y espío quién es? ¿Me disfrazo?, ¿me pongo extraño?
Ya sucede tanto en invierno como en verano, en todas las estaciones.
Olemos el sexo, la sangre, la envidia, quién ha tocado a nuestro hijo y, ¡no somos capaces de averiguar quién coño nos roba los caramelos de la estantería del despacho! Es más, habría que saltarse algunas normas para saberlo con tanta ley de protección de datos, que hablar de pureza y verdad no siempre es bienvenido. Lo mismo es esa madre, no dejo de mirarla, o su propio hijo, que ya crece: cabrón. ¡Un edificio tiene tantas puertas!
Muchos son los llamados y pocos los elegidos. De ser varios, alguno ya habría cantado por su boca; es alguien a quien no le gustan los cambios tecnológicos. En una bandejita del armario de al lado me dejo siempre la memoria (pendrive) con las grandes verdades. Por años que pasen no me acostumbro a meterlo en la caja fuerte, ni a llevarlo siempre en el bolsillo; todavía me pesa saber lo de Kennedy, la Gioconda, los dinosaurios y el 2025.
No quería ni mirarle, siempre hermosa y con los dedos largos y las venas marcadas. La niña que fue. Hasta…
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