Ese día pensó en cambiar la madre, abogando por tirar las flores, tan extraña y normal, como si tal cosa. Se iba a reciclar y le estorbaba todo, por descontado, primando el interés del momento. Pero claro él llegaría y preguntaría, indudablemente.
Lo que ni su hija sabía era que se había borrado la cara. Su propia madre ya no lo era tanto. Para cuando le preguntase la joven, estando guardando las fotos, debía estar segura, manejándola sin pesar y tratándola como adulta, con la certeza de que no habría pasado nada. Era una voluntariedad aceptada.
Un buen amigo siempre estaría libre. Una cosa era el vino y otra el amor. La frontera de la edad volvería a ser básica.
Escribir un comentario