El derecho no está para discutir, es la suma de todo, decía yo antes, y ahora.
Verán, me he duchado, cenado, cepillado los dientes y remirado un poco. Y sí, saltan esas alarmas que todo lo relacionan. Resulta que llevo meses documentándome y escribiendo un libro que se titula La frágil moral; aún le queda, si bien, ya he cruzado el horizonte como quien dice.
El protagonista es un tipo de esos que se dedican a las políticas de los años ligeros, como ser mercenario y trabajarse todo tipo de almas perdidas. Forma parte de un hábitat disperso que me surgió. Como me ha surgido ese nombre de la mujer encontrada muerta en la provincia de Huelva. Una tal Laura, como mi hermana. Pero pienso más en su madre, por si la tuviera, que, condenada, deberá aguantar aún timos, cuando menos en los tiempos de espera. Supongo, que ya sabrá que es mejor ignorar que odiar.
Es la historia interminable… uno que estuvo en tal sitio, y que luego… pero al final no pudo… y… en fin. Que no son incongruencia ni erratas, sino otra muerta que nos espera paciente a que los vivos nos dejemos de realidades ocultas. ¿Qué paso?… Ni lo sé ni me importa. ¿Qué sé? Que mi personaje, ese de La frágil moral se haría otra muesca y diría “17025” sin más. Él no se haría más preguntas por la princesa prometida o lo que fuera esa maestra interina. Y estoy seguro que si nos ponemos a mirar estadísticas de muertes violentas, la cifra no es significativa a nivel mundial. Es más, dentro de un semestre ni nos acordaremos. Seguiremos con los sueños de Europa, los templos de parada y fonda de los famosos, y tantos negocios integrados verticalmente. ¡Hasta abriremos algún regalo de Navidad, quizás!
Eso para quienes vivan con alguien y se den a alguien. Yo podría ser hoy como mi personaje, y quién sabe si haberme construido una casa sobre un camión del ejército. No obstante, uno vive en sociedad, y hay reglas. Sin ellas entramos peor que salimos de las consecuencias notorias de las migraciones. Digo entramos, porque el malo perfecto no existe, todos somos malos. Si nos fijamos, esa joven Laura de malvada tenía poco en su cara, más bien lo contrario. Y por aburrida que fuese, o como si se llamase Isabel, estoy seguro que en algún momento pensaría: igual lo dejo por mi madre.
Fue un antes y un después. Y no creo que en las ciudades del desierto, sino en ese pueblo u otro cercano, o en la capital, hasta en su clase, siendo la maestra más aburrida del mundo para ese alumno que no le atendía debidamente. Posiblemente se quedaría inconsciente tras una sacudida. Si fuera mi hermana, ahora, fríamente pensaría eso, querría pensarlo y acertar. Lo otro sería replantearse si merece la pena pagar tantos impuestos. Hasta me pensaría aquello de ir a coger la mayor ola del mundo. ¡Todo sería una puta mierda! Un antes y un después… De recuperarme prácticamente no saldría, como que viviría en un hotel incluso en mi propia casa, de la cama al baño y poco más, sin ni hacerme la misma, y como único trato un colchón.
Pero no, en unas horas me pondré un jersey llamativo, que me suba el tono; trabajaré como el que más y salvaré mi vida, porque lo que no se puede es ser tan servicial con quienes no cumplen. Son ellos quienes han de hacer las maletas y empezar una nueva vida; siempre habrá una segunda oportunidad. Me gustaría que mi hermano mayor me dijera eso… tampoco hablo mucho con él. Eso también debiera, dentro del no saber qué es Europa. Y con mi hermana. Y con mi madre. Pero ahora solo tengo un amigo: una figura incomprensible, quisiera.
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