Esa niña, tratada como mujer, no hacía verdaderos sacrificios de dietas y horas de gimnasio demenciales para mantenerse en la talla treinta y seis, estaba en el canon de belleza de por sí, impuesto por el mundo pendejo y apetitoso. Ni grandes senos ni caderas anchas. Era una joven de sumisión y obediencia con pechos altos y caderas prominentes. Destacaba el cabello oxigenado y la piel morena que dejaba poco a la imaginación. Ni Venus paleolítica ni cuerpo pequeño y delgado, sino un furor de connotación pedófila de principios del siglo XX. Una de tantas que podrían atarse un corsé, aprender a trabajar su cuerpo con movimientos naturales mediante calistenia, sin máquinas, y optimizar su pasado, ejercitando de manera eficiente las fibras musculares y articulaciones. Por eso mismo se la subió, porque estaba en la lista: el cuaderno.
Extracto de La frágil moral
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