Las primaveras y las repentinas vueltas al invierno tienen eso, escasas propuestas económicas en los broncos cruces de reproches; pero sí, el amor es estadísticamente imposible.
Con quince hermanos, vincularse a ese mirador de los ruidos blancos, necesidad o no, la hizo descendiente sin culpa. Fueron ellas, todas las mujeres, las que en su imperialismo le obligaron a usar tirantes para corregir su postura, de los más contundentes y extraños; ni la dominación cultural más flexible, más eficaz y menos costosa.
Se enamoró de su hermano, gemelo, incesto que confesó al no tener otro perfume de amor. Fue expulsada, no de una, sino de varias casas y escuelas, incluso las que tenían formación religiosa.
Aprendió a tocar la guitarra, y a falta de gracia, virtud o engaño la vendió, con la anuencia y el beneplácito de habérsela robado a su profesor, otro galán, de los más guapos y varoniles, como todos, que la dejó preñada en una de las casas de huéspedes donde estuvo trabajando de interna.
Sonámbula, jamás nadie le puso una bandeja de agua a los pies de la cama. Sí, no hay nada más engañoso que un hecho evidente.
No obstante, en la dura vida moderna, mirando sin terminar de verlo todo y conteniendo sus propias carnes, dio solución a los problemas de su ayer, su hoy. ¡Ni los tonos pastel para estrenar la primavera, mimetizándose, o los instantes del universo cuales oportunidades, salvándole de aquellas mujeres y hombres imposibles que nunca le escucharon sus sueños! Vio la justicia secuestrada, y no, no fue un exceso de autocomplacencia. La encarecida petición se hizo realidad, ya no olería más a carne podrida. Pobre entre los pobres, creyó ver cómo unos pacientes se relajaban tocando prótesis mamarias.
No quería ni mirarle, siempre hermosa y con los dedos largos y las venas marcadas. La niña que fue. Hasta…
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