Curioso caso en ese retiro de Rota. La gente se quería, se amaba. Ellas y ellos. Menos los directores de orquesta con mal carácter que iban allí a parar, que eran odiosos para todos… y así les pasaba, que siempre les sobraban unos años antes de jubilarse (eso sucedía en una parte del lugar en la que se había dado muerte a muchos hombres, ahorcados de un árbol, asesinados a la antigua).
Perros y gatos no ocupaban el lugar de los hijos cuando se podía tener descendencia. Coronel y general compartían opinión en tal Base, o más bien, el general dejaba hacer al coronel, sabiendo que el mundo les miraba, que no solo la gravedad de la luz:
-Los perros de hoy se asustan con los fuegos artificiales. Los de antes conquistaron América, llevaban armadura, peleaban contra caníbales y eran católicos. Los de hoy son unos maricones.
-O espabilan y espabilamos o nos pasará como a Londres, que solo hay ratas y más ratas intentando salir de ese contenedor de mierda.
-En la mili nos enseñaron a obedecer. Esto siempre será una profesión de muchos colegas y pocos y buenos amigos.
La sencillez de lo militar era su medida universal: obedecer.
Era evidente que ni el uno ni el otro llegarían a ser elegidos como los más sutiles del cielo y la tierra en el papel tan hegemónico de sus diálogos. Las tragedias habían vuelto sabios y despiadados a los hombres.
Sin embargo, amarse permitía canalizar las energías y conseguir que se diera todo en el matrimonio o el ámbito familiar. Dentro del respeto que había que mantener, los estadounidenses sabían que no era lo mismo el amor de una mujer gallega que el de una mujer andaluza. No había palabras para establecer ese día a día. Se divertían con lo que hacían, y también era cierto que aprendían (cosa que no podía hacer la mula de carga, girando y girando sin parar alrededor de un molino de piedra aferrada a ese círculo en sentido contrario a las agujas del reloj para no marearla). Máxime en esos lares del Golfo de Cádiz.
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