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Corre el agua como si nada

En la vida no hay nada imparable. Y aunque los niños renieguen de los padres terminan imitándolos. Son estas, las dos reglas de aplicación, que no imitación. Teniéndolas en cuenta, somos personas, da igual los genes.

Luego, ¿por qué enfadarnos tanto?, ¿acaso las cosas se solucionan protestando?, ¿o solas? No, no somos pianistas de cine mudo. Igual no se acuerdan tampoco, que en Siria siguen en guerra, y que en Méjico mueren setenta personas al día por temas de narcotráfico, ajustes, dicen. Pero, pero, perdemos las cuentas, de esas y de los otros conflictos y/o desplazados, más o menos extensos. Si bien, en la/s televisiones, se hacen celebrities sobre asesinatos, porque es eso lo que veo, con manifestaciones a favor y en contra de no sé qué: mujeres, pensionistas, repúblicas, etc. ¿Acaso eso dignifica? Sigue siendo pobreza, por maldito bosque de los sentidos y nuestro dinero con el que jueguen los empresarios de las audiencias.

Me parece de una gravedad tremenda. Es igual que la arquitectura de desarrollo para África, que entre todos la creamos y la echamos a perder. Como la violencia política hacia la mujer. Algo que también estrangula. En Siria, uno de cada tres está desplazado. Y en la Venezuela rural, un muerto al día, niños, que impresiona más, víctimas de la desnutrición.

En cualquier caso, el comercio de armas sube un diez por ciento, así como que las discrepancias contables en instituciones públicas o participadas siguen llegando, eso sí, son tratadas como las quejas de los vecinos, de esas que se meten en el mismo trámite de cuando se atisba una rata apareciendo por la boca de una alcantarilla. Pero no, no me pongo nerviosito ni tengo agujas en los ojos o me irrumpen los destellos nocturnos. Cada cual pinta sus experiencias íntimas. Sí, después incluso de aceptar lo que no nos gusta. Sí. Un amigo ha sido padre, de dos criaturas, tras estar diecisiete horas de parto su esposa. Estoy seguro que no se gastarán, aunque pudieran, los dos con setenta y cinco millones de euros de un deportivo de lujo, que se vende libre de impuestos. Creo recordar, que así somos en verdad, todos, la humanidad.

Hace quince días acudía a dar el pésame a unos conocidos que perdían a alguien querido con poco más de cuarenta años, por esas muertes súbitas, con dos criaturas bien pequeñas; ahora, acudo al hospital a dar la enhorabuena a los nuevos padres. No obstante, Trump, en calidad de presidente del mundo más que de una parte de Norteamérica, dice que impondrá, o pretende, la pena de muerte a los narcos, como ya hacen otros países. ¿Por qué nos imitamos?, ¿por qué algunos o todos somos imparables? No vale decir que son cosas que pasan derrochando actitud, o que somos muy inconformistas con el amor…

A esa familia huérfana les dije que lo sentía mucho, y no me olvidé de estar con ellos un rato; a los de ahora, casi que me resulta más complicado, lo mejor que les puede pasar, visto lo visto, es que alguno les salga vegano y les coma extraño, ahora que está tan de moda que todos cocinemos estupendamente con el propósito vital de ser guay o cool en un santiamén, comidas que toda la vida se han venido haciendo en horas, a su amor, rechazando la violencia que practicamos. ¡No hay manera! Lo que falta no son armas, sino saber usarlas. Pero corre el agua como si nada.

En esa especie de necesidad, o de beneficios, porque todo es posible, fui a dar mi enhorabuena a los parturientes con una rosa blanca (no sé por qué, pero valen para las alegrías y las penas), unas cajitas de infusiones de buenos tés y dos peluches para los peques a modo de cojín. Y se me abrían las carnes de gusto y sopor al ser ayudado por entre los asépticos pasillos en busca de las habitaciones de maternidad, porque la gente me reconducía, como que negando la evidencia. Era iconográfico. Los del hospital de día, siendo tratados, o los bárbaros de oncología, hematología y esas cosas, tristísimos por el enfrentamiento vital, necesitaban guiarme didácticamente hacia esa buena ventura de los padrecitos. Incluso los muy específicos especialistas, que aprovechaban para hablarme, trabajando de tal manera que no había ciudadanos con esos problemas terribles que les convertían en asesinos. Sí, pasaba algo grande, algo importante; era algo emocional para todos. Y yo, crecidito, sabiendo que hacer películas no te hace actor, me lo creía y asumía ese golpe de efecto. Había sonidos nítidos, confianzas depositadas, y sí… sí, sí: no es lo que quieres, es lo que necesitas. Eso les era a todos en el hospital, un mecanismo, una novedad sin que llamase la atención, una buena noticia: tan interesante como frustrante.

Diferente como todos los días, como todos los demás, uno conecta con esos benditos desapegos en esta brevísima historia del tiempo tan estimulante. Corría y corro como el agua, como si nada, como si nadie, en modo casero de contradicciones. Lo jodido es que se me olvidó decirles a los padres lo mejor: “Sí, los niños deberían ser siempre felices”. Pues en el análisis, otro duelo más, de la madre de un compañero, recién fallecida, como la casi totalidad de la ciudadanía en medio de la/s crisis, y ese que decía perdiendo salud: hay que mirar más a las estrellas y menos al suelo, es mucho mejor que gastar tu vida mirándote a los pies, también habiendo declarado: la humanidad tiene que salir afuera para garantizar su supervivencia… ¡Qué lista es el agua hostias! ¡corre! Sin reglas en su breve historia del tiempo, sin razón aparente: el sollozo de la tierra. 

Pedro Belmonte Tortosa

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Pedro Belmonte Tortosa

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