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Compañeros de suelo y suela

Tal vez se conocía a sí mismo, pero no conocía del todo a los demás. No obstante, creía haber entendido lo que debía hacer para progresar en ese mundo, aunque a veces se ufanase por ello.

Su mujer le dio su conformidad con un gesto de asentimiento. Una mujer que fue muy combativa. Su padre, el maestro que fue alumno, también lo miró a sabiendas que el hábil fue una vez torpe. Habían pasado ya los años invisibles para ese esposo e hijo.

Todo, en esa sociedad dicotomizada, de buenos y malos, en donde ya no quería tener tanto la razón, y sí ganar dinero y sacar adelante a su familia. Otrora época tuvo por costumbre pensar que en Europa la naturaleza estaba domesticada, y que ciertas cosas solo ocurrían en otros lugares.

Su padre, el reverendo, no había conocido a nadie tan obsesionado con una mujer. Ahora bien, ser inocente no siempre le salvaba. A la gente le asustaba morir abrasada, o que se la comieran viva. No todos podían ser Santos. Su hijo, calles más arriba no tendría apenas tiempo para pensar. Había llegado el día en el que sentarse a verle morir.

Consciente de las tremendas proezas del ser humano cuando se quedaba sin dignidad, la mujer tenía hecha una maleta, ya sin intención de eludir la verdad, habiendo tres impresos pulcramente ordenados, una persona que nunca había aprendido a hablar y que lo había oído siempre todo.

Pedro Belmonte Tortosa

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Pedro Belmonte Tortosa
Tags: los años invisiblessin dignidadverle morir

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