La gente se resiste a la idea, pero la vida es solo química, dicen.
Lo que fue ya no está, pero brilla contigo.
Cuando llegue el fin del mundo quiero estar en Cincinnati, porque allí siempre van con un retraso de veinte años.
Una buena película tenía que empezar con un buen terremoto y luego ir hacia arriba.
Rose y sus senos de duro estaño, en un blancor almidonado no fue contra ellas ni ellos.
-Reírse con alguien ya es negociar- dedujo Chang.
-Los perros tienen todos los atributos para ser excelentes rescatadores. ¡Qué pena!- fue pendenciero, tanto como inductor.
-Por cierto- se detuvo. -Un reto chicas. El doctor dijo que necesitaba cortar el dedo para sacar el anillo. El orfebre dijo que necesitaba cortar el anillo, para quitarlo. ¿Qué hizo el ingeniero?
-Si ganas, ganas. Si pierdes, igual ganas- recordó una de ellas. La que se preocupó por su peso cuando ya se hartó de vomitar, por entonces.
Si queremos saber lo que es la paz no podemos llamar a la guerra con el mismo nombre, mi vida- le fue su propio Séneca. -Un gran marinero puede navegar, aunque sus velas sean de alquiler ¿verdad Rose?, nuestra Rose. ¿El hechizo de un té?, ¿lo preparas querida?- rió deleznable, solo con los ojos chispeantes en su mar de cristal.
Irán, Nepal, Pakistán, Afganistán e India, los conocía también. Su jefe Stewart, de cuarenta y seis años, y una amiga mutua, cuando se enteraron, también se ofrecieron muy voluntariosos a ayudarla. Los tres coincidieron en un campo de refugiados en las afueras de Herat (Afganistán), y sabían que había cerca de setenta millones de personas desplazadas forzosamente de sus hogares. Cifra que duplicaba la de veinte años atrás. Una estimación conservadora, pues la debieron facilitar a ACNUR, fruto de las tendencias globales. Su primer gran viaje fue a Birmania, donde pudo conocer a miembros de la etnia rohinya en un campo de refugiados temporal en Kyauk Taw, en el estado de Rakáin
-Como capital del mundo, Nueva York es la capital de la basura humana; y ella va mucho por allí tita.
Y se dejaron de anatomías, la una y la otra.
-Pero esto de los onsen ¿no es de Japón?- protestó Rose, al poco, mirándola sin que la otra le devolviese el gesto, y haciendo memoria. Memorias que no se iban, ni de lejos ni de cerca. Todo recuerdo se mezclaba.
Las mujeres, en una gran parte de ese país, por mucha tecnología, seguían siendo monstruos si no hacían caso, siempre víctimas de hombres que se jugaban hasta los rollos de papel higiénico. Sí, costaba creerlo.
su máxima que la inversión del dinero debía ir a la tienda, su coche, que era lo mismo que su marca personal, su negocio.
El elegante barrio de Outremont permitía soportarse juntas; e ir al estudio fotográfico quizás era precipitado.
-La idea de que el futuro es algo que nos imponen es una falacia. -¿Y esas seiscientas páginas que resumen los 4000 mil millones de datos de su ADN?, ¿acaso no son evolución?
Estaba harta del Big Data, de que acudiese a un gimnasio y por una encuesta informal llegasen a saber las veces que iba a hacer la compra al supermercado, lo que adquiría y hasta qué haría si la cajera le propusiera salir de copas, porque Lydia adolecía del otro desconocimiento, el necesario. Olvidarse de que se estaba ahí. La hierba y la heroína le ayudaba, también comprar cajas de cerillas, que le obsesionaba. Lew las robaba para ella: una de sus muchas competencias.
-Tienen vitamina C y activos de bajo peso molecular; sin conservantes. Valen para casi todas las pieles. Son de proteína vegetal éstas que tengo, Rose. Hidratan y sujetan el tejido. El efecto dura entre 8 y 12 horas. Necesitas.
Atrás se le quedaron a Lydia otros rencores, del tipo creo que no quieres que haga otra cosa en mi vida más que ser madre, todo, con el sonido mesado de los falsos pasos de alguien. -Recompensaría tus esfuerzos- soltó impulsiva la pareja.
Charlotte tenía una luz solitaria, con esa arena de invierno en todas partes. Una especie de granizo venteado por súbitos colores y ninguno. Y, por natural generosos, el aroma esparcido no era el mejor don que suscitar. El olor era errabundo. Piedra, clavos, teja, ramajes y cómo no los estándares de razas remotas: especies. No obstante, durmió, lo que durmió, con las alas inmóviles, cerrada, tal que apenas sus manos estuvieran despiertas, acariciándolo. Delgado sueño del que Blake multiplicaría sombras. Blake, solo Blake. El fin del hombre blanco en albornoz.
tampoco iría a la alta Provenza por azar. Lo de ir a Toronto y dar rienda suelta a eso que escribió (Te encontraré en la oscuridad) rompería todos los cánones de meticulosidad e inflexión. Atesorar horas o sacar fotos y guardarlas en un viejo ordenador portátil no iba a ninguna parte.
Lecciones simples destinadas a los negocios y la vida: pensamientos flexibles, deseos y necesidades, precio y valor. “Siempre vamos a necesitar que alguien nos cuente algo que no sabemos”
Gibson, su destacado escocés, le hubiera regañado por portarse mal. Andaba por Dublín. Nada había tenido que ver su último mensaje:
¿Por qué la madre y bebé deben estar juntos después del parto?, cernía uno de esos estudios de neurociencia perinatal. Procesos críticos de conexión instantánea que las grandes corporaciones manejaban con efectividad. Luego Rose no tuvo muchos obstáculos, para ser mujer.
-Rose, ¿le vas a contar a estos chinos que a los diecisiete ya estabas divorciada y con una hija? Silencio sepulcral hubo.
-Hasta se desparasitaban como si fuesen yeguas- aducían interesados. -En el punto álgido de la estación seca venía lo peor- tenían orden de continuar los guías, con la explicación mediatizada.
Xián, principal destino turístico de Shaanxi, siendo la capital, les procuraba soledad y cobijo. Sus famosos guerreros de Terracota, del emperador Qin Shi Huang, o la Torre de la campana, del tambor, las murallas, el barrio musulmán, el exclusivo Bosque de estelas y otros templos, como los Ocho Inmortales, eran visitados en salones públicos y privados y grandes terrazas con miles de sabores y maestros de la tapa y la restauración; hasta por parte de los especializados en derecho bancario, no habiendo grandes dificultades logísticas para enseñar ese pasado. Las pagodas del Gran Ganso y del Pequeño Ganso, si acaso, con más profesionalidad, aunque bajo la promoción del dos por uno para los centros de enseñanza.
Una novela donde la historia cobra vida. La historia de todos, especialmente de China. Que no se resigna a un papel de reparto y quiere de nuevo ser la protagonista, como antaño: en milenios.
El orden subyacente del mundo es ese: el hecho de que no haya límites. Una singularidad espacio/temporal que nos conduce a Norteamérica y su breve historia del tiempo, dominándolo todo, incluso China ¿o no? Cuestión que se atestigua más no pueden hacer retroceder los relojes.
La infinita variedad de formas femeninas que se procesan son partes de la indiferencia y el respeto. Tía Rose, Millie (su sobrina), la madre de ésta (Pauline), Lydia Bennet (pareja de Tía Rose), sí, lesbianas. Eliza Wilkinson y Cathy Lencioni (otras tantas); los perros Lew y Adelle, expertos en incendios y narcóticos, respectivamente, así como en morder el pelo y lamerse sus partes. La profesora de piano y su rifle. El genetista Atkinson Winslow. Archie. La esteticien polaca que no es solo eso, sino que además comanda una sección de corresponsales que cubren, nuestros otros días para esas centrales de inteligencia omnipresentes; engarzadas todas ellas.
Pero las hermanas Stapleton (Rose y Pauline) son mucho más que seres que asisten a campamentos de adoctrinamiento para preservar todo aquello para lo que fueron instruidas, robabas de sus padres muy niñas. El comandante Faulkner, el almirante O´Dell, el capitán Stern y sus lobos de Praga, Quirke, la brigada Anne y otros forman parte de esos genes, comisariados, del tipo Chang, que trabajan para todos y para nadie. Seres que han perdido sus vidas por la causa, o causas, inciertas muchas veces y archiconocidas en otras. Hambre de la misma hambre.
¿Qué se sabe del pueblo de los hunos? Aquellos que ni eran chinos ni mongoles o europeos. Pues están las tribus de los tungueses, los kitán, los MareNostrum, el prefecto Philip Wan Lung, y Jade, entre otros muchos, ensalzando o encubriendo el Azote de Dios (Atila y su espada). Etnias han, Huien, manchúes, mongoles y tantas otras que dan vida a Shaoran, Quin, Akame y todos los departamentos de salud pública habidos y por haber en la ancestral China terrenal.
Durante los meses de junio a agosto de un dos mil diecinueve desabrido, en donde los resentimientos y las animosidades por la historia conculcan a conocer la otra Roma, la otra China, los otros días de los Atilas en un batiburrillo de simultaneidades y contradicción.
De manera muy distinta a las editoriales de los periódicos o revistas, quienes informarían de los hechos lo mejor posible y contarían la verdad a toda costa. ¡Y una mierda! Nunca juzgues un libro por las tapas, solo un tonto sufre la locura de otro tonto. Creatividad y transgresión.
Y que el sol empiece a declinar no es óbice para que haya expresiones de éxtasis, y esas otras, no bonitas ni guapas, sino bellas, bajo la frustración de no poseer plenamente el control de sus vidas, y que la verdad nos haga libres, en tal mural de nuestra historia reciente: la vida de otros. La retórica se deja para describir a los personajes, no sus vivencias, humanas en cualquier caso, por simétricas y extrañamente desajustadas que nos pudieran parecer, con el infinito a mano.
De Annapolis (Marylan) la protagonista viaja a Washington D.C., con toda su opulencia, y no muy lejos de esa Norteamérica y de Nueva Inglaterra, cruza a Montreal (Canadá), para regresar e irse definitivamente. Entre tanto recuerda la enormidad de países en los que han estado, ella y su entorno. El mundo se les hace pequeño, más lo desconocen en parte. Es por ello que China, especialmente la más próxima a La Gran Muralla, por donde se descubrió el gran coso de miles y miles de obras en terracota fueron sacadas a la superficie, indaga, o lo intentan.
Cuando dos personas se aman ninguna cama es demasiado pequeña. Sí. La mayoría cautelosa. Las personas estamos hechas para regresar, para volver allí donde creímos estar alguna vez; es algo recurrente en el libro, tanto como que las esclavas paren esclavas. Por supuesto, el tema del ADN está dentro de la afectividad y convivencia de los personajes, amurallados todos.
Pero ¿cómo iba a ser el rey ese tal Chang, u otros -gobiernos-, si el rey siguiera en su sitio? Ningún poder establecido está para que le quieran cuando quieran.
¿Dónde queremos llegar? ¿Cómo llegamos hasta ahí? Son cuestiones huidizas e indefinibles, hasta que el resurgir de las especies palpita y se dan los ásperos sobresaltos; y entonces, ya nadie ulula, más bien, surgen las protecciones. Los gobiernos se toman las molestias de no hacer nunca caso a los restantes o a los otros, en una imitación cercana al desprecio y sus mecanismos.
Por los inocuos señuelos de las partes pudendas, de lo indistintamente conocido, de desgañitar la ciencia a guantazos en diplomáticos enfoques y marginación: una ciudad interrumpida.
Se escribe en prosa, pues ni una buena acción se queda sin castigo. A lo largo de la obra se integran los tres textos, cuales palmeras salvajes: El libro de los hunos, Las ciudades bazar, y Nadie mejor para una canción lenta. Dando como resultado esa especie de cándida ignorancia y malsanas cavilaciones, en las más inverosímiles y peligrosas ocupaciones de todos los días.
Es un paseo por los distintos lugares del globo, con sordidez y extrema necesidad o desesperación. Una guerra entre iguales, también, con detalles desasosegantes y evocaciones místicas y paisajes difíciles de olvidar. Los actos carnales se tratan con frialdad, inmersos en ese caleidoscopio de haberse convertido casi todo en un parque de atracciones cultural y comercial; más la lealtad siempre será primero, y su tropel, con dedos cercenados.
Un carro, más bien muchos, uncidos al yunque de los caballos de tiro, ajustando la línea de presión y otros tantos miles de personajes de terracota aparecieron o fueron encontrados solapados a la historia reciente no hace tanto, coincidiendo con cafeterías, tiendas de periódicos, comestibles y fábricas en China. Pronto, muchos se acordaron de la historia, que no era tan diferente ni resuelta. Y hoy en día todos esos campos se ven con un aroma muy especial, de rivalidad también, por encuentros y batallas que se recrudecen.
Ello implica saber diferenciar los contactos, y lugares; pero todo es común. Annapolis (Maryland. EEUU); Montreal (Canadá); de nuevo los Estados Unidos, con Charlotte y esa Carolina del Norte; y muchísimos lugares y etnias, tanto como China, quienes, no haciendo más en su vida, en sus artimañas y halago: Los chinos han cultivado a lo largo del tiempo los valores de resistencia, valentía y paciencia para hacer frente a los diversos imprevistos de su historia reciente.
Tan poco premeditada fue esta labor de historiar un poco de esas partes del mundo que no pude salir de ella en todo el libro, una suma de experiencias, reconocidas o no. Las indivisas banderas, como si se fueran a caer a mis pies, me han hecho rehén, sin hacer ascos y con ese escozor intenso de convivir, que es lo que hacen todos esos personajes (especialmente la tía Rose y Millie, su sobrina) surcando ese primer tercio de creatividad, para luego ir cediendo el testigo la menor a su propia madre (una tal Pauline), que con su ADN y el de su hermana conducen la obra hacia esa China milenaria de la última parte, más honda, donde aparece un comisariado político en plan general: Chang. Capaz de copular en el aire si se lo propusiera, con desdén y cierto desprecio, incluso. Entre tanto, no se escamotea en esa conducción en los relatos de las Américas, fundamentalmente, vistas y no vistas, con sus Campamentos de Pesca y similares, porque hasta se trabaja la regeneración de especies y los amores imposibles, también dos perros: Lew y Adelle, experto cada cual en lo suyo. Comer, se come; sí, solo que nadie mejor para una canción lenta como la espía de Rose, referencia como su hermana, otra Stapleton, para esas garantías de futuro. Solo hay una cosa que no podrán hacer las hermanas: volar hacia atrás.
El libro se abre de inicio con las ciudades bazar de Norteamérica, Annapolis y Montreal, en una constante hospitalaria y mundanal; a la postre orilla otro tipo de vidas. Una cuestión base es El libro de los hunos, que viene a ser la batalla que Millie teje en sus últimos días. Un imperativo legal para muchos, donde a su modo lo da todo, con ese carácter de las que tienen una talla o dos menos que sus antecesoras, pero marcando muslo y distinguiéndose: aunque eligió morir sin ovaciones muy cerca de Washington D.C., donde residió a su fin en la transparencia del bien, llevando muy a rajatabla la historia de China.
¿Y por qué? Porque nunca es demasiado pronto y un hombre sin trabajo es horrible, es algo que se viene conociendo por todas las culturas y civilizaciones, tanto o más que un hombre pobre con una esposa rica ha de trabajar el doble que cualquier otro. Vaguedad ninguna de hablar de tanto y nada, miedo, quizás, más bien respeto por cómo de unido puede estar el mundo.
¿Dónde queremos llegar?, y ¿cómo llegamos hasta ahí?, empezaría preguntándome. Una editorial de un periódico, revista o titular moderno de Internet, diría haber informado de los hechos lo mejor posible y contando la verdad a toda costa. Como en todo, habría quien se lo creería: no se lo aconsejo. Cuando dos personas se aman ninguna cama es demasiado pequeña.
La China desatinada y epigonal sabe mejor que nadie que las esclavas paren esclavas, y que el hambre es siempre hambre.
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