Por muy diferentes o parecidas que sean, y cosas hirientes que se digan, las religiones unen a las personas. No obstante, ¿es eso suficiente para poder permanecer juntos? A fin de cuentas, el destino lo crean las personas, con sus orgullos y cabezonerías e idiosincrasias. Tal vez, con que se pudiera llegar a perdonarse el daño y reducir el dolor a cenizas, habría más posibilidades.
A través de mi ventana, como autor, Castigo de Dios y de los hombres en la tierra es una obra de acción, amor e historia. Las personas parecen ser marionetas del clero y los poderes en los que se sustenta, todo en un futuro donde se vuelve a tiempos pasados, con la opresión del no poder leer, escribir, del dictamen del hombre blanco, de los ideales del dinero… y lo de siempre: amor, sexo, relaciones paternofiliales, amistad, deseos y necesidades varias.
Todos los protagonistas bajo la misma estrella, en una ciudad llamada Villaciruela, con su propia réplica de la que fue La Estatua de la Libertad, incluso más monumental. Una ratonera, y la sopa de esos países que iban quedando, ya fuera en Europa o por otros lares, porque las crisis medioambientales habían hecho de las suyas, así como los días y los trabajos.
Para mejorar la convivencia y, aparte de sentirse mejor, en tal ciudad había un proyecto mayor. El cual lo dirigía en primer término un obispo, el cual lactaba de su inmigrante desde hacía años, y eso que estaba bien crecido el párroco. Tenía las penas del joven y las ideas del adulto. Si bien, todo cuanto sucedía en Villaciruela venía a ser el diario de un campo de barro, amén del poder de las decisiones y de las defensas, porque las gentes habían de vivir, sin redención posible para algunas personas.
Los curas, tan pronto eran adolescentes como que estaban en la edad de la ira, no parando de confesar obligadamente a unos y a otros. Sacerdotes que se daban a bodas de sangre, con inmigrantes u otras, y que también escribían sus diarios íntimos, jugaban al póker, y que podían ser tan reales y transparentes como las demás personas, hasta ateos, mostrándose como tal en según qué ocasiones. Lo de que fueran feministas ya era otra cosa. Tal vez esa brusquedad hacía que les faltasen palabras; santos inocentes como agua para chocolate.
El libro venía a ser un diálogo entre pueblos y culturas que no solían verse ni tratarse, para responder a la realidad de un mundo global desde una perspectiva que les permitiera mantener la singularidad y la independencia.
¿A quiénes? A Suellacabras y esos pueblos de extraordinarias y penosas vidas, donde apenas ya se podían comprar ultramarinos, revistas, caramelos, chicles y disfraces de indios y vaqueros.
Era mezclar la paja, el grano, el agua, su falta y el dinero y los momentos de tentación. El trabajo, los problemas de pareja, los guardiaciviles, las estaciones de autobuses y de tren, las experiencias y un pintor en algo americano. Pasar de beber cerveza a apurar el whisky con hielos a base de piedras de lujo teniendo de vecino al mismísimo diablo.
No se podía hacer chocolate con mierda, ni en esas Tierras Altas ni en otras. Lugares donde la vida tenía esos días, en donde los recuerdos les invadían.
La discreción era prácticamente la única norma que tenían. Pocas cosas eran tan humanas como ellos. El silencio les habitaba, estando en el lenguaje callándose. El lugar también era un espejo deformador de los propios vicios de la sociedad.
Con seres que formaban parte del imaginario colectivo, y de épocas no tan pasadas, como Eliseo, el preso y cabrero. Una voz cosmopolita que pertenecía a la familia humana, y se deleitaba al cruzar las necesarias fronteras; lo mismito que su hermano, con sentido de pertenencia y añoranza. Llenos de hondura y de conciencia, con una mirada más allá de su pueblo, defendiendo todo aquello en lo que creían: ni más ni menos que lo que eran. Y lo que era más difícil e infrecuente, saber vivir con la iglesia sin que las edades lo deformasen todo.
El humo de incendios lejanos y muertes dejaban un vacío insustituible. Para otros era el cielo, o lo que no tenía nombre. Un mundo lleno de violencia, desigualdades y decepciones. Macabros crímenes, exacerbadas pasiones, sombríos misterios. Imágenes situacionales donde confluían lo viejo y lo nuevo, lo alto y lo bajo, lo normal y lo anormal. Donde ver águilas, donde cultivar el amor, y donde la enfermedad les arrebataba los sueños.
Gentes resistentes de lo imposible y soñadoras de lo ingenuo, como tener otro frontón, habiendo uno y no usándolo nadie. Otro anillo de silencio más, como la pista de pádel y demás servicios municipales donde nadie había. Personas que medían las palabras y tendían la mano, cual barca que esperaba en la costa la subida de la marea un día tras otro, sin nadie.
Clarividentes infancias, y melancolías donde el ser no era una fábula, y nadie podría decir que no existían los de ese pueblo de mierda. Hombres constantes, fieles a sí mismos; y la luz del mundo donde la vida se doblegaba. Pues el ruido se hacía cada vez más intenso a las órdenes del viento.
Para otros era el cielo,
o lo que no tenía nombre.
El obispo de Villaciruela no se desplazó a Roma ni se conectó por videoconferencia ni mierdas de esas. Se quedó en el apartamentito de Sorroche, la compradora de arte compulsiva por antonomasia, que le guisaba estupendamente y además le dejaba tomarse su leche materna.
Un hábito que les hacía pasar tiempo juntos, y que beneficiaba a la salud de ambos. Y eso que la lactancia materna, con guerras propias o sin ellas, todavía era un tema peliagudo, habiendo paredes físicas y paredes mentales, victimización, abuso y de todo un poco. Lo mismito que con lo bélico o confesional.
Además, cada vez que políticos o personas anónimas opinaban, solía levantarse un huracán de opiniones a favor y en contra. No obstante, la mujer, de treinta años, amamantaba al clérigo que le doblaba la edad desde hacía unos años. Lo que les unía como pareja, y les beneficiaba la salud.
Sobre si Dios consideraba tal cosa como un quebranto, nada se sabía. En tiempos, algunos vecinos infringieron al párroco piropos muy deshonestos, y hasta escupieron en el cepillo de recoger las limosnas en las eucaristías. Gentes que no estuvieron al quite cuando la mujer comenzó a sobre lactar en los embarazos, produciendo más leche de lo normal. Tampoco sabrían mucho de lo incómodo del extractor de leche, que le congestionaba de más los senos, hinchándole los pechos y sobre todo ocasionándole un arduo dolor hasta casi la extenuación.
Él, que fue practicante de joven, como hombre la ayudó; y como sanitario siempre tuvo mucho miedo de que la misma contrajera una infección, aliviándola. El obispo llevaba dos años sin resfriarse, y con la piel más tersa sin necesidad de gastarse un puto duro en cremas.
Lo de que fuera un tema tabú se la soplaba, al igual que Roma. A Sorroche le encantaba amamantarlo, o ya no podía evitarlo, elevando la mirada en señal de orgullo por España, habiendo vendido a su hijo.
Extracto del libro en curso,
próximamente:
Resulta interesante la mirada de un narrador español sobre el destino humano en nuestro continente latinoamericano. Se constituye como una voz narradora, que crece en un nuevo sujeto en consonancia con la herencia histórica, política y social contemporánea. En La Galicia Mexicana asistimos a una narrativa del dolor y de la existencia que roza el espejismo de la historia de un México siempre lacerante como una manera única de poner en perspectiva el imaginario cultural latinoamericano.
Bruma Grupo Editor
El autor agradece esa vida e identidad,
una vuelta de tuerca más.
Galicia era la pura esencia de la economía circular elevada a sí misma, siendo los cargos públicos ratones de campo; habiendo un treinta y tres por ciento de pobreza. Pobreza real, y de las otras:
-Le rompieron las gafas y no podíamos pagar otras -argumentó con desánimo una mujer de tantas, vulnerable tanto como que sin fuerzas para perseguir una mariposa para su hijo como único y mejor regalo de Reyes, haciendo cola en el batir de alas del reparto de alimentos, por la asociación Red de Apoyo Mutuo México-Galicia.
Gafas y comida que aseguraban a las familias que no se podían ni ver. Familias con guardianes de todo tipo, apresurados como Pío Cabanillas. Familias con negocios de todo tipo. Familias con dinero, y tipos de esos, emigrados, que no tenían edad alguna para mostrar la valentía y sus pensamientos.
Avión, el pueblo de los helicópteros, los ricos y la lista negra de jubilados pobres, con sus idas y venidas. La Galicia donde no había tanatorios ni morgues algunas. Avión y sus calles, un pueblo donde todo el mundo sabía algo pero nadie lo sabía todo. Una postal de despecho contenido. Pecados de una España siempre en obras, donde si dabas la mano había que mirar a los ojos.
La única manera de no ser una mujer casada en tal lugar era ser rica.
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Se es de donde se quiere ser,
y se pertenece a quienes se desea pertenecer.
Fueron tantos los posibles títulos que, llegado el momento del registro, todas esas fases de vivencias y escritura se solaparon. Que si El hombre que no sabía querer, El Centro Gallego en México, El pueblo de los helicópteros, Y allí no pasó nada, u otros. Finalmente, La Galicia Mexicana refleja la pobreza que no se veía, la extrañeza que separa el amor a los hijos y la necesidad de un espacio propio, o la ausencia de algo indefinido que lleva todo emigrante.
Galicia como el séptimo cielo, tal que la ayuda que prestan los amigos y limosnas de gobiernos. Un eco pintado, y ese porvenir en que los padres se quedan confinados.
Y México como la realidad tozuda, casi de manera demoníaca, para obligarse a ser más fuerte de lo que en realidad se es; con solo el amor pareciendo inquieto.
Lugares evanescentes, de gentes con distintivos; días rotos y hombres fatales. Lugares también sólidos, que no impalpables, livianos, etéreos. De días de confrontación, mariachis y corridos. Más las mujeres cansadas de llenar sus espacios vacíos con cosas que no necesitan y personas que no les gustan. Pero mujeres, al fin y al cabo, con la facilidad de ser profundas hablando de temas ligeros, yendo a la verdad del asunto y a lo imperecedero.
Para todos, el dolor ajeno es la nacionalidad más temida. Lo peor.
Acoger esa inconmensurable belleza, y que se susurrasen nombres, hechos, sin que la música de los días limpiase el dolor, ni otros muchos logros, es lo que el autor pudiera haber conseguido unir, alimentando la desmemoria y las frustraciones, desestructurando las realidades menos contadas y las voces necesitando un altavoz. Sí, de esa Galicia de concellos y parroquias como Avión.
A veces ser una zorra es lo único que se puede ser, porque si nos enseñaran a perder ganaríamos siempre; se deduce del valor que huye de cualquier precio.
Avión fue como un cielo en nosotros mientras se dejó escribir. México el quite, palabras del día a día; la ilusión de vivir.
Un libro, un título, en donde el autor ha muerto algunas veces, pero donde algunas muertes siguen vivas. Nena Parva iba a ser otro de los títulos. Quizás ese ha sido el gran acierto o error del libro, el bazar de la caridad de las nenas parvas y todo cuanto suena a gallego, en ese galardón de infinitud que envolvemos todo lo que nos gusta, ahogándonos en nuestra propia ausencia.
Esperando no haber sido justo en la injusticia, que los dioses nos conserven los sueños, incluso cuando sean imposibles, y nos concedan buenos sueños. Porque de algunos episodios mejor no acordarse de nada, dado que el que mata a su familia los mata a todos.
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