Amar no es para todas las edades

Pero la nobleza se oponía por su propia esencia a esas igualdades. Si no había podido moralizarla, no la tendría. La viuda del tapicero sentía mucho no tener un hijo. “Amar no es para todas las edades” se forzaba en decirle él. Cualquiera diría que en los ataques tenía pesadillas.

Su sitio dulce como la miel, él cada noche añoraba. Ella no tenía más intimidades que las de dentro de su cabeza. La dama, cada poco se metía un terrón de azúcar en su cuerpecito, provocando. Fuera miel, fuera fruta o fueran las pupilas cargadas de lascivia y amor propio irritado.   

“El que no sea rico que no coma”, pensaba él de ella, de esa rubia de poco más de veinticinco años impalpable, tal vez frecuente de los amores fáciles. Ella no deseando otra cosa: “Pecado mío, alma mía”. Quizás su primer amor serio, ajando las demasías eróticas.   

En misa, más de una hora de confesión. Y la cara iluminada, como bañándose en la luz tamizada, por aquella frescura de su cuerpo. Y un sol único sesgando el ambiente y los cánones de la belleza clásica, detrás del cual aparecía la calvicie de él, centrada, como en algunos otros retoños, de monaguillo.

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