Estaba acostumbrada a su olor y a cómo le tocaba. A veces, siéndole lluvia en el desierto. Si bien, pagó por la sangre que derramó.
Había personas que eran unos hijos de puta, y otras que eran buenas. Dormir ocho horas en total oscuridad y con el teléfono en otra habitación no garantizaba lo suficiente. Fueron días salvajes. Estuvo con quince padres cuyos hijos se habían suicidado.
Ella, cuyo padre llegó a ser un tipo muy encorvado. La timorata y endeble.
Sí, él también pereció. El que cada seis meses la llevaba a una doctora lejos de su trabajo y de su familia para que le hicieran un cultivo y la analítica: gonorrea, clamidia, VIH, etc. Que de todo se curó en salud su padre mientras pudo, el muy hijo de puta.
Pueblo chico, infierno grande. Que su madre jamás dijo ni vio nada. La jueza que no movió un solo músculo.
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