“Inagotables escenas patéticas hubo de pasar la chilena hasta que fue libre. Es más, hubo de estar casada con el hedor de un hombre sin adjetivos hasta que le permitieron divorciarse y entonces sí, vivir sin el miedo a darle miedo. Le costó lo suyo; hasta se le deformaron los labios de aquel cansancio amargo, dejando escapar el aire entrecortadamente. Por suerte, evitó la horrenda servidumbre del tener que dormir y retorcerse en la caseta de los perros, desnudas con el pelo empapado y los ojos abiertos, vagamente acariciadas en la penumbra con el relámpago de los muslos a conveniencia de esos dueños de las casas donde servir, quienes las poseían tersamente desde la garganta a los pies. Del Sena para arriba, siempre a diario, ingiriendo vinagre de madre y cebollas muy crudas como castigo si les rechazaban. Otras conseguían ahogarse a tiempo”.
Crítica social: las dos orillas del mundo; vergüenza y escarnio. No era la soledad lo que la envolvía, no era el vacío lo que escondía. Solo le pidió a la vida que le pasaran cosas bonitas… y una sonrisa coqueta de un hombre, más los peligros de fumar en la cama, la dejaron sin fortalezas a los pocos minutos. En fin, la extraña manera en que se cumplían los sueños y la magnanimidad.
Extracto del libro Gay y Discapacitado
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