-Algún día entenderás que la paz es algo muy caro, que el mundo no la abarca, que todos nos hemos ido alguna vez de un lugar con miedo y… que el amor es ese alguien que te pertenece, que se deja cuidar y te cuida, guapetona -respiró el abuelo -¡Venga!, duérmete bichito.
-Espera, espera -se le impacientó la peque- ¿se puede vivir sin dinero?
-Muchos, la mayoría, podrían si tuvieran alguien en quien apoyarse -y le cambió el tercio, jugueteando con ella- ¿No pensarás quedarte toda la noche en vela esperando al Ratoncito Pérez?
La cabeza de la peque respondió una cosa, los ojos otra y la lengua se le movió buscándose para acabar tocándose el labio de arriba.
-A dormir, dormilona.
-Abuelo espera, ¡espera! -se pronunció- no me apagues la luz todavía -pidió la peque –¿Cómo se puede elegir el amor?
-No se puede -respondió tocándose su cabeza con la mano, más bien rascándose las entendederas-. Te elige a ti- y le procuró un beso en la frente, medio levantándose de la falda de la cama.
-¿Si consigo hacer el puzle de 1000 piezas tendré amor? -se cuestionó la mujercita-. ¿No se volverá a parar todo, como le pasó a la abuela?
Colocarle el embozo de la sábana y ajustarle la almohada les vino muy bien a ambos, especialmente al mayor, a quien casi todos los minutos de todos los días formaban parte de esas horas. Pero quien mejor resolvió el entuerto fue la perra, que instintivamente se le subió a la cama y la besuqueó olfateándola enjugascada como solo ella era capaz de hacer, sacándoles unas risas a todos. Y sí, esa noche les dejó compartieron sueños y habitación, no en vano la luna estaba de porcelana, ideal para tocarla.
PEBELTOR
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