Categories: Extraños (Blog)

¡Abracadabra!

Cumplir escrupulosamente las instrucciones, sucumbir a una profunda mezcla de sentimientos, estar al filo de la medianoche, que nadie se acordase nunca de los muertos de la fosa común, y experimentar con otros.

Así transcurrían los años para una buena maga, ahora bien, ella se sentía traicionada y era una fanática de la magia, por lo que daba miedo no tenerla cerca, y porque sabía muchas cosas que podían hundir a cualquiera.

No le movía la codicia, sino la indignación, el ansia de revancha. Creía en la virtud de estirar el tiempo igual que una goma elástica, sobre todo cuando la sotana le quemaba el cuerpo.

Enemiga de dar nombre a las cosas, sobre todo a las difíciles de bautizar, la pócima venía a representar un símbolo del mundo. Las cosas grandes, las ideas puras y bellas, andaban confundidas con la pandemia, la falsedad y la maldad: y no había mejor modo de separarlas.

La hipocresía del pecado ya no lo disfrazaba todo.

Con la mirada erguida y el olor de la tierra, las lentejas con ceniza consumían la piel del tiempo en ese azar y lumbre, cual asesina honorable. Esa y no otra era la proeza de los insignificantes: que sabían hacer cosas, que tenían amor propio, que no estaban del lado de allá de las políticas de unos y otros; y miedo ninguno.

“Los extraños que me pueblan son mi peligro”, dijo. “Abracadabra; abracadabra”. Pinceles sin pelo, niños boca abajo, manos encallecidas de algunos… De todo había junto al puchero. “Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo”, esbozó justo antes de prenderlo y darse a la soberana libertad, como si por primera vez su boca se entreabiera de veras y le bastase con cerrar los ojos y comenzar de nuevo, apoyando apenas la lengua en sus dientes, con ese perfume viejo del silencio y el crepitar de lo que se estaba cociendo por debajo de la mano que acariciaba lentamente el simultáneo aliento de los que con dolor se ahogaban.

Pedro Belmonte Tortosa

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