Está linda la mar, allá, retirada.

Tú mi refugio, fundiéndote, fundiéndome,

que lo estoy dejando ya.

Lejos,

lejos de ese aire

y fraguado en la espesura,

con la vida ilesa.

Y no por ello dejo de rogar,

caminando sin pasar, preciosa, mirando.

Incluso de espaldas, que también me lo maldigo.

Por eso tu rostro, guardado;

tuyo, mío. Empujando.

Olías a ese olor, pero más,

por cuando la pena del perderlo todo.

Tú mi refugio, ciudad y solana;

tú mi ahogo y festival.

Qué linda la mar, con su eco:

ni todas las fuerzas.

Y lo no esperado.

Con viento y mala mar estaría,

pues sí, ayudando, pero no.

Y sería ya, que no ayer,

más un ramo de vivos colores.

Al viento he rogado;

yo y mi voz, y detenido el tiempo.

Por ti y tu suficiencia: mucha.

Más solo sigo recordando,

prisionero, como ausente.

Lejos, cerca,

lejos de tu aire, nosotros.

Y azotado por el frío viento,

hacia el silencio, oliéndote,

más la lluvia y tu pelo.

Emperador además de rey,

que no solo tiempos y espesura

al deseo del tenerlo todo,

resignado y ocultado.

En el fondo invasor,

a diez centímetros, más el silencio

Qué linda la mar, con su memoria;

cerrada, abierta.

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