En el afán primero de sanar la propia herida, y de volver a amarse, no tuvo más que aceptar las cosas a las que el destino le ataba, tratando de encontrar una respuesta, una señal o quizás un amor. Cierto es que no había nada que le impidiera hacer lo que debía hacerse.
Niñas, mujeres, que en su día fueron la hija de alguien, habían encontrado ya su penitencia, pues esperar que un hombre malo no cometiera una maldad era una locura.
Entre tanto, contemplar el universo le daba serenidad de conciencia. No pedía mucho, ahora bien, todo lo que necesitaba tenía que ser de verdad. La soledad del corredor de fondo y ese enfoque práctico de la vida le mantenía a buen recaudo de la gente destrozada y entristecida que se exiliaba de las habitaciones de sus casas de cuando en cuando, negándose a sucumbir a la tentación de compadecerse de sí mismo.
A quienes,
tienen el horizonte en una línea.
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