Nadie nace siendo malo, pero mientras él siga en libertad ni su alma ni la mía podrán encontrar descanso; le consideran presunto inocente los sabuesos. Tanta garantía de derechos dan grima. El asesino está aquí, entre nosotros. Sí. Un maldito depósito bancario fue el tren de su cordura. Un fastidio.
“Quizás nos han decepcionado ya demasiadas veces”, le digo a mi mujer. Ella sabe que el mundo no funciona porque todos lo sepan todo, no es tonta. A su modo me apoya. El equilibrio del mundo se regula con la alimentación, y cuando el perdón no llega es tiempo para la venganza. Ya tengo mi alimento y mi licencia de armas. Sí, cuando una puerta se cierra otra se abre. Para un policía, la maldad es lo que no tiene explicación; para un ciudadano mandan las entrañas. En un mundo en el que nos preocupamos por la segunda vida del plástico hay otros muros invisibles que debemos romper, mucho antes.
Diferentes pero iguales, ¡a ese hijo de puta ya le dicho que rece a Santa Marta y que vaya haciendo fieles en el asilo! Mi estómago me dicta lo que soy. Su cascabel ya no suena, no salta. Está en su sillita, y vivimos en un distrito protegido, ahora bien, la perdurabilidad y el condicionamiento de su cara jamás la olvidaré. Por sutil, misteriosa y seductora que pueda llegar a ser, mi hija nunca volverá a tener sus dos piernas con aquella excesiva frecuencia, siempre las extrañará y extrañaré.
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