Lo recuerdo como si fuera ayer. Eso sí que fue un discurso motivacional, lo que precisaría yo; este sofá que lo llena todo y yo ya tenemos toda la magia que necesita mi interior. Quiero volver a tener la capacidad de imaginar un mundo mejor, saber que es mi momento: esa unidad mística presente en lo profundo de las cosas que me falta. Esto está empezando a ser como lo de beber agua cuando te desangras, que por mucho empeño en tal vulnerabilidad, centímetro a centímetro es como vivir el antes de morir, desentona, reprueba… muchas voces y una en el centro de la diana.
Sin milagro sigo ingenua que no hambrienta. Así no es posible hacer nada grandioso que me entusiasme. Quizás esté ya en el infierno y no sea tan malo, y lo de la adversidad sea esto: no tener ni secretos o lamentos. Soy tan libre que hasta los consejos de ancianos me parecen útiles, dan juego.
Por lo menos caí hacia adelante… fuimos héroes el todopoderoso sofá y yo, llevaría mil y pico intentos hasta que me salió. Y no dejé a nadie atrás, nadie. Claro que este ha sido en un día de diario; mi jefe debe estar echando pestes. Ya me sé su discurso, que no lo que más daño me hizo. Ni lo extraño:
-¡Niña!, has sido tú la que me has hecho correr riesgos. ¡Al infierno! ¡Despedida!
El caso es que tras aquello cualquier día es como un mal fin de semana. ¿Estaré sobria?
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