Los programas de rendición extraordinaria tienen un defecto: la voluntariedad. Cuando uno conoce sus propias rutinas, sabe descifrar hasta su peor pertenencia, y a pesar de ello no te impide seguir ocultándote en las mismas, salvo que desees otra recompensa. A las luces de abril tiene un poco de todo ese desvarío.
A colación de lo contundente de saber que se ha perdido, se ha sido engañado, o se ha estado uno dando necesariamente a otra actualidad,… en todo ese pacto de silencio donde uno no sabe si debe o no seguir investigando el pasado reciente, incido en saber si convendría poner tu vida en manos de otra persona.
Esperar no verse jamás puede que no sea la mejor de las soluciones, porque todos sabemos que no todas las arrugas son iguales.
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