septiembre 2024

16
Sep

La frontera invisible de los días y los trabajos

12
Sep

Cada uno llora lo que siente

Al fin su hijo era un sacerdote y ella era una cristiana. Él sí que no merecía besar el polvo que pisaba aquella señora. Doña Ana, no obstante, prefirió darse un baño.

Al día siguiente, cuando fuesen a hacerle la alcoba, estaría la cama levantada, tiesa, fresca, sin un pliegue. Las butacas en su sitio, así como el orden de los libros.

Ese fingimiento era en ella segunda naturaleza. Su hijo era como todos, como todos los hombres, siempre fuera. Y ella de limpieza exquisita, de sobriedad y de la severidad misma.

El parentesco era cosa del parentesco, y ya iban tres. Otros dos y su padre. Uno que no servía para ver morir a una persona querida, que pecó de hablador cuando fue hombre de excelente sentido y no escasa perspicacia.

8
Sep

Lugares donde quererse más u olvidarse mejor

5
Sep

Un pueblo para hacerse mayor

Y volviendo la cabeza hacia el interior oscuro y silencioso de la casa escuchaba también el choque de dos monedas, un ruido en nada confuso, maravilloso y de rutina. De un crío al que le habían dado esa idea y voluntad para con el abuelo. Desde la calle no debía de oírse nada. A la misma hora, de cada uno de esos días, pasaba en un repente su figura sin malicia alguna. La tienda vacía, los anaqueles desiertos, el fondo de color de chocolate…

Tras sonreírle y dejarse estar, el anciano que una vez fue joven pero nunca tonto, cerraba los ojos y la mirada se iba de nuevo hacia ese balcón y los recuerdos del pasado, de vez en cuando oyendo el ruido de algún golpe más o menos seco: personas decentes viviendo hasta que llegasen al cementerio. Solo que encogía los hombros y prefería sus demonios.

A poco que podía regresaba a la casa en la que se había criado y hecho mayor… y se daba una vuelta por allí, mirando por entre las rejas con disimulo para ver si estaba la otra y poco más, en definitiva, su vida.   

No obstante, la naturaleza muerta parecía esperar que los días y los trabajos, cuales extraños, disolvieran su cuerpo inerte, inútil, para volver a tenerse por siempre jamás.

En años, para cuando se le fuesen pegando las ideas de un buen hombre, el niño lo entendería.

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