julio 2023

27
Jul

Hacerse a la mar

Se hizo a la mar. Otrora época hubiera tenido severas dudas, y no, las olas le arrastraban sin mayor motivación que dar ese salto.

Mientras tanto el mundo seguía, más ese restaba y sumaba las imposibles e inacabadas crestas arrojándose contra las mismas, esencialmente agua con la capacidad de atraer, que tan pronto subía como bajaba, que llovía, aclaraba o tronaba.

Y excepto las horas nada pasaba y nada quedaba. Horas, en las que turnarse soles. Estando los ojos ocupados mirando al vacío, dolientes, como agujeros ciegos. Nada era importante. Ni, aunque se perdiera la barca o se perdieran las nubes. Ni la rabia del olvido, o el eco de la humedad salada.

En la soledad del viento, polvo y sal, bastaba con un poco de silencio para que todo se detuviera. Hermosa soledad que le hacía encontrar el mismo sitio al despertar.

20
Jul

Cada noche hablaba con ella

Le era tan sencillo encontrar la calma en el mundo de la imaginación que cada noche hablaba con ella y se olvidaba de los momentos de desesperación, así como del torrente del tiempo. También del crepúsculo de la desaparición que lo bañaba todo con la magia de la nostalgia y ese velo evocador de verse sin tenerse.

La propia imagen le era el mayor misterio, no habiendo nada más pesado que la particular comprensión de lo vivido, por alguien, para alguien, multiplicado por mil ecos.

Ese apego seguro de la edad adulta se iba convirtiendo en mucho más que ignorancia, duda y reflexión. Hablaba con ella de todo. Como hija, como madre, como amiga y como enemiga. No bastaba con desear salud, había que querer con virtud y con esfuerzo serio. Y lo intentaba hacer.

Es más, tan pronto la llamaba como que se despedían, jamás diciéndose adiós, dueñas de sus sentimientos y pensamientos. Ahora bien, tampoco es que se hubiera mirado a un espejo. Ni se había preguntado ¿qué quería ser de mayor? Nunca la programaron para eso, ni podía hacerlo. Y sin embargo pudiera ser que Dios fuera un ratón y se escondiera nada más verla entrar.

¿Cuánta melancolía y cuánta soledad programada se escondía detrás de la aparente alegría de vivir? Casi que parecía humana la niña… y la madre.  

15
Jul

Lejos del mundanal ruido

-A veces tienes que hacer algo malo, para conseguir algo bueno -dijo Restrepo.

-Un enemigo que conoce el futuro no puede huir de él -le respondió Vélez.

La comunicación no verbal hizo entonces de las suyas. Todo un silencio cobarde, silencio de gente que sabía, y silencio intimidatorio. Voces calladas con mucho que contar, cercenándose.

Trece años más tarde, sus hijos, quienes por entonces no conocían el rencor ya eran bien distintos. Gentes que se alegraban por las cosas malas que le pasaban al vecino, no por sus méritos o por si habían logrado algo por sí mismos. Empezaban a estar en la era de la vileza, descontentos por todo, y fuentes de autoridad. Pero algo se les resistiría, lo mismito que a sus progenitores. La verdad podría ser escondida en las luces de domingo, que no destruida, por más que sus habitaciones para invitados fueran gigantescas estancias, nuevas y antiguas.

Lejos del mundanal ruido había de todo, incluso bellos edificios medio derribados que contenían el feroz crisol, sin tibiezas y sin complejos. Bellos edificios, y bellas personas al filo del mañana. E historia decapitada y desmembrada. También sargentos, de esos que investigaban. Y arbustos silvestres, gentes bronceándose, papeles revoloteando. Reconocidas calles desiertas y edificios de estuco. Sargentos que escuchaban a las familias, y que se preocupaban por ellas; sintiendo algo distinto por cada una de ellas. 

La frágil moral

PEBELTOR

13
Jul

Recuerdos de un padre

Uno no llega a saber nunca cuántas formas hay de estar desnudo. Ni a qué huelen los secretos. O lo bonito de amar a alguien. Con el día a día se van sucediendo cosas y más cosas, algunas triviales y otras no tanto, si bien, los sueños a veces son rebeldes y te dicen cosas, quieras o no.

Unas veces para ponerte en orden el día y otras, quizás al caer la luz, con balance y discernimiento, aportando palabras de amor para esas guerras inacabadas que antes o después nos toca gestionar.

Porque, cuando todo va bien, la gente aprende más bien poco; pero al final todos necesitamos que alguien nos escuche, aunque sea uno mismo, no siendo necesario recorrer grandes distancias.

Y etapas hay muchas. Quizás, demasiadas para una sola vida donde faltan los libros de montaje e instrucciones, y donde lo peor es que no suceda nada. Ahora bien, a la mayoría les suceden cosas, sí. Amistad, odio, voluntad, cariño, soledad, bienestar, libertad, educación, prestigio, autoridad, mezquindad, dependencia, credibilidad, codicia o valentía, entre otras muchas.

Sueños de esos, de aquellos, de los del fondo del olvido que uno necesita de cuando en cuando. Sobre todo, cuando ya se ha aprendido a no ponerles fechas, y a dejarlos tal y como fueron o serían, en el respeto y en la propia naturaleza humana. Sueños que son refugio, que son un muro, y que son vida. Sueños que superan los miedos, las ventiscas y los nubarrones. Sueños de los que sentimos en la piel, otros que vemos con los ojos, y otros tantos que no tienen nombre. Hasta de esos sueños de cuando se tiene un reloj estropeado y aun con esas se acierta la hora dos veces al día.

Un hombre debiera enorgullecerse de ellos, y de su trabajo, tanto como de sus amistades y personas o amores (el amor verdadero suele ser injusto). A quien deberle las mejores y quizás las peores horas, no debiendo romper ese vínculo salvo con la máxima seriedad para no caer en insignificancias ni ligerezas, respetando su melodía particular (que todos los sueños y vidas la tienen).  

Sueños y rostros de ese amor no merecido, de las fotografías que jamás se borrarán en uno mismo, y de un modo de pensar y de vivir. También de soledad: de esa dulce ausencia de miradas, llegado el caso.

Comprender que uno nunca puede huir de los recuerdos, estando rodeado de ellos, también es mentirse, porque algo queda en el debe: quizás el todo, la verdad verdadera, el amor inmerecido, lo que uno no se atrevió a decir, y demás etcéteras. Ese viaje del monstruo fiero en donde la muerte le confiere al tiempo todo su valor, dolor y respeto; cual último beso, último sitio, que parte los corazones. Lugar y recuerdos adonde regresar por siempre jamás, aunque se nieguen con la cabeza del presente y se tenga el horizonte en una línea.   

6
Jul

Tiempo actual, mismo tiempo pasado

La identidad y la intimidad se le mezclaban. Era la razón de lo vulgar. Habían pasado catorce años y estaba casi que en el mismo lugar, a la misma hora, siendo aquel. El que se casó y el que se descasó al poco. Aprendiendo lo uno y lo otro. ¿Para qué?, ¿por qué?, ¿con quién? Había hecho cosas. Muchas. Y no había hecho nada, más algo había además de mirar al cielo.   

El día menos pensado sucedió y empezó todo. Esa perpetuidad, y todas las vidas en un solo gesto. En definitiva, explorar cosas nuevas sin un mapa concreto. Vivir, y que le dejaran vivir. La incapacidad de pensar, la amoralidad, la excitación. Éxitos, que también.

Ya no sentía el duelo con estridor ni otrora agudeza desapacible. Había asimilado todo cuanto se podía asimilar. El duelo, los duelos, se hicieron todos. Los hizo todos. Y lo que siempre fueron secretos, lo siguieron siendo. Secretos de hielo hiciera frío o calor; como lo de aquella cena, del cuarto lunes, del tercer mes…

Su mundo tenía cosas grotescas y divinas, y ambas coexistieron y coexistían. Tiempo actual, mismo tiempo pasado. Un mundo no tan distinto, donde cada mañana, hacia la veleta y su norte, se situaba un cuervo o lo que fuera, pájaro o no, que le recordaba al hijo que nunca tuvieron. Alas negras y un torrente de sensaciones dispares en tal mirar. La verdadera piel, su ayer, su hoy. Ese negror de no saber adónde mirar y encontrarlo; de no tener a quién culpar, o de no bastarse.

Catorce años y los mismos aires, las mismas negruras. Su mismo quehacer: vivir, y dejarse vivir. Más cuando llegaba el cuarto lunes, del tercer mes, había intimidades deseadas y otras que no lo eran tanto…   

La vida le seguía siendo sueño en un mundo no tan singular, donde el vivir sólo era soñar y la experiencia. ¿Vida?, ¿frenesí? Hechos, ficción, sombra, ilusión. El mayor bien de entre todos los pequeños, y un delito mayor. Pues la vida, y los sueños, sueños le eran y fueron al margen de la fiera condición o la pura ambición de aquel día. Un día en el que teniendo más alma y menos libertad, palpable y cierto, trueco de quejarse, desdichas buscó. Y que siguiera callándose, por todos, su nombre con fuerza; que vida infame no era vida, y que sin duda se fue soñando, quisiera o no.

La identidad y la intimidad. La veleta. Apenas un gesto, un rumor; advertir, advertirse para vivir. La razón de la vulgar. Mirar al cielo y verlo todo en la nada, soñar lo que se era, y que sucediera todo. Murmurar, corregir, reprobar. Humo dondequiera, y fuegos varios. Entrar sigilosamente. Y los otros martes, miércoles, jueves y los que fueran o fuesen. Noches prohibidas volviendo a toda prisa, ausente. Trofeos en las paredes de la memoria y pisadas sin mayores voces cubriendo las baldosas del suelo. Sueños. Sueños. Cosas inválidas de cuando se perdían a la vista, hechos pasados. Y el vértigo de saber que faltaban cosas, y personas, por hacer. ¡Cielo santo! Más sueños, sueños, sueños. Libre albedrío o predestinación.   

Al continuar con la navegación entendemos que se acepta nuestra Política de cookies. Más información

Utilizamos cookies propias y de terceros para mejorar la experiencia de navegación, y ofrecer contenidos y publicidad de interés. Al continuar con la navegación entendemos que se acepta nuestra Política de cookies.

Cerrar