Y recuerda, la primera vez se dirigen como Majestad, después como Señora: así lo hacen con ella y así lo harán contigo sin la menor vacilación; deja que se acerquen, pero que no te conozcan.
Con los poderosos sea usted directa señorita o si no te joderán viva, Cynthia, la mayoría tienen por espíritu el trozo de tela de una bandera… y lo que sabemos. ¿Sabes cuánta gente me dijo que te dejara ir?
Pero no, yo les dije, y les digo, que, así como cien conejos no hacen un caballo, cien presunciones no constituyen una prueba. Serás una buena chica y una buena reina. Mi Reina.
Una de las ventajas de envejecer es que entiendes por qué la gente hace las cosas que hace. Nos hacemos mayores, pero no nos hacemos mejores. La vida cambia cuando los mensajes de amor no son para ti. Dentro de nosotros hay algo que no tiene nombre, eso es lo que somos… No soy un falso modesto, sé lo que he hecho.
El último grado de perversidad es hacer servir las leyes para la injusticia; pero cuando sabes lo que quieres, y lo quieres lo suficiente, encontrarás una forma de conseguirlo.
Extracto del libro Lo tenía todo, y no tenía nada
“Solo podemos hacer lo correcto tal y como lo entendemos, y con reverencia encomendarnos a Dios…”, así terminaba el último libro que escribí y publiqué. Una frase que para los mortales lo tiene todo y no tiene nada.
Una vez ofrecí regalarles mis libros a Centros de Enseñanza (los llamados I.E.S. -Institutos de Enseñanza Secundaria-) y a Centros Sociales. Llegué a contactar con ocho institutos y nueve centros sociales, como poco. Fue un ofrecimiento de libros gratis por mi parte, incluso les dije que se los acercaría yo mismo, luego no les comportaba gasto alguno, y sin compromiso de ningún tipo.
En otra época dejé y repartí varios ejemplares por diferentes lugares (parques, marquesinas de paradas de autobuses, etc.), también, donde viajaba o tenía que ir por necesidad, como una consulta clínica donde dejé caer algún libro.
Todo ello lo entendía como parte de la productividad de un escritor y esa simbiosis de ir dándose a conocer. Lo que los expertos digitales denominan: posicionamiento. Y en lenguaje llano: visibilidad, que te conozcan.
Nadie respondió. Nadie.
De primeras no di crédito, después, me pregunté ¿por qué una camiseta de marca podía valer de setenta euros en adelante y un libro que regalaba, nada? Me costó entenderlo. No tuve respuesta alguna, y cuando digo que “no tuve respuesta” es que ni me multaron (por dejar libros tirados), como si fuera alguien invisible y a la par sólido.
Si bien, yo siempre seguí escribiendo. Y sigo. Por supuesto que también trabajé en las otras herramientas, esas de las redes sociales. Una amiga me ayudaba y ayuda en ello, subiendo una entrada semanal que hago al efecto; y yo mismo, intento tener actualizada la página (website) oficial con la que firmo: PEBELTOR. Algo que lleva mucho trabajo, y que no es escritura en sí mismo, mucho menos negocio, porque como escritor no dejo de escribir e invertir tiempo y dinero en mis libros, unos tras otros, sin saber muy bien ¿por qué? y ¿para qué? Pero cuando pasan días y no has sacado tiempo para escribir, sientes que te falta algo, y necesitas hacerlo.
No obstante, y a pesar de la falta de respuestas, uno lo sigue intentando, sin expectativas, pero con oficio. Lo de participar en los concursos literarios, que antes era algo muy recurrente, poco a poco lo fui dejando atrás, aunque de cuando en cuando participio en algún que otro certamen conocido, bien es cierto que, con pocas aspiraciones, aunque con total integridad por mi parte. De hecho, finalizada la fase de escritura de esa última novela (con mis únicas correcciones, el registro de propiedad y su punto y final), como autor decidí participar en un concurso literario que por fecha me permitía presentarlo sin que hubiera mucha demora en los meses hasta saber de su resolución y, al tiempo, contactar nuevamente con algunas editoriales y agencias esperando algo de interés por su parte, que no solo silencio o las típicas buenas palabras en renglones contados (una buena editorial lo quiso, gratis, muy gratis… y no me pareció bien regalarle mi trabajo ni llegar a pagar por ello como si me hicieran un favor). Lo que no hice fue ir en la dirección de volver a contactar con centros a los que entregar los libros directamente, fueran cuales fueran (bibliotecas, institutos); tampoco, en dejar libros en lugares de paso para que los viandantes al uso los cogieran y pasaran a pertenecerles sin más.
Por supuesto que empecé un nuevo libro -casi de inmediato-; como escritor, era lo más correcto y necesario, era volver a empezar a tejer una madeja, sobre la que ya llevaba documentándome, y cerrar una etapa. Cada libro tiene su etapa, sus enseñanzas y sus vivencias. Y cada libro empieza y termina… como que solo, en su incertidumbre, igual que las personas con las fechas marcadas a fuego, con meses más duros, miradas, despedidas y, mucho tiempo y olvidos, casi que en la frontera de todo.
La novela Lo tenía todo, y no tenía nada no hablaba de cómo se escribe ni de las peculiaridades y necesidades o dificultades de escribir. Sin embargo, trataba y trata de otros deseos. De cómo una adolescente, mimada y niña rica, llega a disponer de una cantidad de veinte mil libras al día para gastárselas, algo a lo que se obliga al suscribir el contrato por mandato de su padre, un magnate que llega a colocarla en la línea de sucesión de la reina Isabel II, habiendo llegado la monarca a los ciento ocho años de vida y reino, anciana pero imperial, casi más poderosa y preciada que nunca. Dentro de su concepción valoré como persona y autor los condicionamientos sociales, el cambio climático, las guerras habidas y por haber, el tapiz de los negocios (enrevesados o no) y la aristocracia, las modas, los avances y demás logros y penurias, con personajes que no se pueden borrar de la memoria, peculiares con sus fuerzas determinadas. Nada de pandemias, de emociones, de culpas o de halagos ni de relatos que maquillasen verdad alguna; sí escritura a secas: palabras y letras, hitos, con la fuerza de la invisible voz, porque conforme escribía lo veía, sucediéndose en mi cabeza.
De momento no he necesitado esas pausas de años o meses que leo y escucho les ocurren a algunos autores/escritores conocidos (supongo que también a los no conocidos). Sigo teniendo hambre de esa desconexión o bono social o como queramos llamarlo que es contar algo o refugiarme en algo. Escribir es eso: imaginarse otras cosas, vivirlas, reunir los días, tener frentes abiertos; poder ser un empresario, o una profesora, un asistente médico, quizás un ingeniero o si acaso un pez. E ir sacando tiempo para todo ello, que también es de lo que más cuesta: el tiempo, la dedicación.
Entiendo, que, si mis libros fuesen mi testamento solidario y/o negocio, si alguien los quisiera, seguiría teniendo la necesidad de escribir. Es como tener dinero, el dinero tiene que trabajar por sí mismo, además de ser dinero y de tener su propio valor.
Por eso cada vez es más importante elegir bien dónde se informa uno y con quién trata y contacta. En vida, todos y cada uno de los libros siguen ahí, pegando gritos en mi cabeza, acabados o provocando salir, distintos unos de otros, como el que lleva por título El sexo de las embarazadas mientras se piensa y se hace, porque a nadie se le puede prohibir crecer, soñar y tomar decisiones… al fin y al cabo, todos somos esclavos del deber de nuestro país/es y de nuestro rango, como la mismísima reina Isabel II (de quien se habla mucho en la novela Lo tenía todo, y no tenía nada y algo de la Tercera Guerra Mundial, o lo verdaderamente importante en la infancia: que es sentirse querido).
“Te mató el alcohol y fui yo quien te enseñó a beber” sería una frase aplicable, extrapolándola debidamente, a escribir y seguir intentándolo (vendiéndose o no), tal que llevásemos una bestia adentro. Alguien se acordará alguna vez de la website, o de tantísimas newsletters, post y entradas, videos también, y los numerosos correos divulgativos, solicitando ese interés en caso de tener nivel lo hecho y ajustarse a los preceptos editoriales y otros tantos suelos… Alguien, quizás. Pero de escribir, quien se acuerda es el escritor… y el lector que lo lee, invisible y sólido, también. Gracias, siempre gracias, a los muchos pocos.
Escribir se llama calma, y me costó muchas tormentas. Moral alta, mente fría, mala fama y buena vida. La peor persona del mundo: el escritor. Para quien, como en las guerras, la verdadera desgracia no es solo tener hambre y sed; es saber que hay gente que quiera que tengas hambre y sed.
Decían que era macho. Y que se le veía algo triste. Nadie lo había conseguido. Las notas decían que se escabullía tras una bruma sobrenatural, y que miraba. Sucedió hacía treinta años, el caso es que decían que había vuelto.
El cuerpo sin vida de una niña le acusó, más bien la tiza del crimen, o lo que quedaba de la misma por el chisporroteo y el estampido de la lluvia y los llantos. Había crecido, o el descendiente sería más grande. Quizás, cruel.
El de antaño una vez fue visto, tumbado, a las afueras de lo que fue un parque. Nadie era recordado por las cosas que no hizo. El paquete de cigarrillos y el encendedor era lo que no les cuadraba a los agentes, lo mismito que una y otra vez, según los archivos y registros policiales. Aunque eso no se había llegado a publicar; más bien nada, menos aún los intestinos desparramados.
Vacilaron por unos instantes si pedir la colaboración ciudadana. La experiencia les dijo que no. Era día de mercado, como otros tantos. Y los turistas pronto abarrotarían las aceras, turistas que detestaban la crueldad contra los animales casi más que el reverendo.
Ni por asomo, el hombre y la mujer policías encargados del caso, se recostaron en la silla o se encorvaron ensimismados; con las cejas juntas y el entrecejo arrugado eran los mejores. El pulso ya se les había acelerado. No era solo un procedimiento de rutina. Sabían que algo más ocurriría. Todo ello entre la medianoche y la una.
El cuerpo despedía un olor idéntico. Solo llevaba el pijama, deportivas y una sudadera con capucha. Dos días más y unas lombrices marrones se retorcerían sobre la carne reblandecida, agujereada a trozos con dentelladas varias, arrastrándose por la piel suave de las cuencas. Y los dedos torcidos. Dedos pequeños, de chica, doblados, dentro de esa tiza azulada, horrible.
Los tenues chirridos del viejo columpio también tenían su tiza. El aire de primera hora de la mañana advirtió de ese trozo de brazo y el resto de una pierna hacia el bosquejo, donde los paseos con las bicis.
Tenía las uñas cortas, pintadas de un rosa infantil. Para bien, o para mal, malamente pintadas. La mujer al cargo exhalaba bocanadas de humo. Lo del error de identificación ya sucedió antaño, la segunda y cuarta vez… La bruja mala y su casita de caramelo le había leído a su hijita.
Con calma aparente, ese padre intentaba congeniar con su hija, pero se le revolvía la jovencita:
-Sí papá, como dice mamá ´nunca discutas con una mujer, ellas son capaces de recodar cosas que aún no han pasado´.
-Oye, ¡por favor! No me seas ni hagas caricatura de nadie… ¿Vale?- la regañó.
Se quedó Giacinta como la novia de un espantapájaros, pero él hizo que volviera a ser su dama blanca…
Extracto del libro Grecas y Lunares. Disponible en Amazon.
Para los niños, pequeños y mayores.
La noche afuera continúa para todos,
que no ese lugar donde cerrar los ojos,
las ventanas y las palabras.
Guerras y más guerras.
Toda vez que uno no es ni joven ni viejo, habiendo llegado a lo que sería la mitad de la vida, se tienen intervalos de brevedad en la que nos planteamos grandes cuestiones de nuestra condición humana, y uno se pregunta: ¿Qué haría si me dieran todo el dinero para gastármelo? No todo, pero sí veinte mil al día le dio su padre (el señor Lowell C. Denson) a Cynthia, la protagonista de la novela Lo tenía todo y no tenía nada.
Lo que sucedió después tiene que ver con la fuerza de lo que nos mantiene a flote contra la amargura o el hartazgo. Es ambición, entre otras muchas cosas, sin que por ello uno se olvide de todos los fundamentos. Cynthia, como hija, quería vengar la muerte de su madre; y culpaba a su padre.
Pero hubo de evitar la fatiga del ser, la melancolía del crepúsculo, disimular las grandes alegrías y los grandes dolores. Su madre, que de niña fue lo equivalente a toda su existencia, en su crecida adolescencia también pasó a ser resignación para vivir de la mejor manera posible.
La obra, por momentos impactante, esclarecedora y reflexiva, destaca la travesía de la joven niña rica, mimada y consentida hasta llegar a ser toda una royal, miembro de la familia real británica, y casi que más, pudiendo incluso llegar a reinar, si la dejan. Rigor y diversidad, en toda esa Norteamérica de partida, que confluyen con ese sentimiento de venganza y otros tantos delirios y los portentosos intentos de cuadrar la más condenable violencia con la propia pertenencia.
Un rompecabezas donde tienen cabida la Tercera Guerra Mundial, así como la alteración de la atmósfera y el medio ambiente por los cambios climáticos más reveladores y asombrosos que entretejen las memorias de quienes pretenden su nuevo orden mundial, señal del complejo proceso de la autoridad.
Como institutriz, Cynthia tiene a Esther Doña, una cicerona de armas tomar, con la dosis justa de erudición. Umbrales que de por sí excede Friedman, el policía más condecorado de la ciudad de Nueva York: la esencia misma de esa frontera entre dos mundos y dos realidades.
Vivir o morir, reinar o fracasar. Ese es el caramelo y anhelo de estas páginas. Diálogos vivos y un variopinto grupo de personajes ordenados en hileras hasta el infinito, en esa patria de los suicidas que aspiraban a suceder a la Reina Madre en el trono de Inglaterra, sin esconder del todo la valorización moral de la sociedad en el año en el que la monarca cumplía los ciento ocho años, referencia inexcusable dentro del panorama internacional, sustentando agudísimos sentimientos y conflictos íntimos, amén de galardones y reconocimientos, lealtades y traiciones.
Él le leía haciendo caso omiso al castigo y exterminio, escorándose poco a poco. Su voz era presencia e intensidad, calma y espita. Ella lo recreaba como si fuera su infante de marina. La historia suya era el diamante más grande, hermoso y maldito, tanto como la nada.
La del baño estaba y no estaba en el jardín del ogro, en el sexo y las mentiras, en el país de los otros, jugando con el silencio y confesando de manera indirecta, los secretos indecibles de la vida real.
Como enfermera y oficial menor poco le quedaba por hacer. La situación era de colapso, y tocaban decisiones que no serán fáciles, más ese interior del baño les daba asilo. Ya no volvería a tener que hacerle los cinco ejercicios ni los estiramientos para antes de dormir. La indiferencia actuaba poderosamente.
Qué agradable sería un mundo en el que no tuviera que salir jamás de la bañera. Bajo el mando del lector estaba la 22ª Brigada de Guardia Separada de Designación Especial de Oblast de Rostov. Matones con la condición de reservistas de especial disponibilidad por la que cobraban una prestación mensual pírrica, compatible con un sueldo proveniente del sector privado. Con la artillería se mostraban bastante beligerantes, no así con lo demás. Necesitaban ponerse en marcha y moverse una vez al mes por razones de mantenimiento preventivo, cuando menos.
Tocaba despedirse.
“No me preguntes con qué voy a encontrarme porque no lo sé”, pensó en decirle él, no sabiendo ni dónde tenía la cabeza, tirano, en esa breve pausa y engaño, habiéndose casi que recuperado ya del postoperatorio.
Además, estaba el otro clamor, de quien sentía y no solo hacía compañía, amando a su dueño, y que hacía mucho bien psicológico y humanitario en las personas.
El problema es que no siempre resultaba fácil reducir o eliminar la medicación. Había que tener predisposición y recursos, y ella se lo había inyectado todo, por eso no sabía si leía o imaginaba, ni si la perra aguantaría mucho más que él como para intentar ayudarla o estaba ya muerta.
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