-La moda ha cambiado, el sistema ha cambiado -y muchas más cosas les dijo a su chófer y escolta. Uno con vaqueros y jersey de punto azul marino, favorecedor. El que aparecía y desaparecía del mapa, y nada de hombreras.
Considerado uno de los guardianes más violentos y agresivos, barajó un posible suicidio. La muerte de un gestor, más cercano al despido que a la gloria, en el garaje de su casa. Fue encontrado sin vida en su residencia. Un oscuro incidente de alguien que no llevaba una vida tan glamurosa como se pudiera sospechar de alguien con su fortuna. Varios miles de millones.
Educado en lo contrario, Texas sí que le hacía sombra al padre de familia y presidente de la compañía. Nada sabía el chófer sobre los delitos de corrupción y enriquecimiento ilícito: conducía, escuchaba y poco más. Estaba en ello, en lo de andar y saber poner silencio al escándalo, junto a su jefe:
-Ni especial, ni de favor ni en contra. Tratamos a todas las personas igual -afirmó el multimillonario modista y empresario.
Al final de la adolescencia fue cuando empezó a pegar a las mujeres. Cuando lo trasladaron a Roma y se creyó todo un dramaturgo, aprendió oficio. Conoció a una joven actriz a la que casi deja en silla de ruedas. Pero el magnetismo de la necesidad se impuso a las reticencias:
-Mi abuela me enseñó a leerlas. Se puede saber mucho de una persona por las líneas de la mano -lo usó para sus disculpas.
Si hubiera un paseo de la fama en el mundo de la moda, el señor Lowell C. Denson tendría unas cuantas estrellas. Sabía más que nadie sobre los límites del engaño. Podría vestir a una pareja de rinocerontes y hacerla desfilar sin que los asistentes se fijaran en qué tipo de animales eran esas criaturas de herbívoros. “A veces un caballero debe dejarse engañar” les decía a sus chicas. Lo hacía, porque el riesgo estaba en no saber lo que se estaba haciendo. Y por supuesto era un defensor del largo plazo. Raras veces trataba con alguien o buscaba negocios buenos y comprensibles si no era para mucho.
-Compra solo lo que estarías feliz de mantener durante diez años -fue con lo que conquistó a su esposa, entre otros largos caminos a casa. Y esa misma dinámica la mantenía con las restantes.
–Cuando la verdad no puede ayudar es mejor mentir– era otra de sus cuentas.
La noche había sido mala. Se acordó de su madre y de esas cosas que no había hecho en la vida. Por joven, ya tenía una buena lista de asuntos pendientes. Su padre no le fue más que uno entre un millón. Ni durmió en casa.
A todo esto, el padre, después de esnifar su segunda raya del día o de la noche, según desde donde se partiese, se fue a rezar. Era el único día del año en el que acudía a la iglesia.
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