Puedo escribir los versos más tristes esta noche…
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella…
Mi voz buscaba el viento para tocar…
Es tan corto el amor…
Aunque este sea mi último dolor, sus ojos infinitos, los suyos; no puedo guardarlos. Mi alma no se contenta con esa mirada. Busca. Y no ya por los mismos árboles, o en la noche tan estrellada donde tiritan los astros, a lo lejos, girando azules y tiritando. Sus grandes ojos están conmigo, sin largo olvido, blanqueando el nosotros, contentos de habernos perdido.
De otro será, no sé.
Como antes mis besos.
Su voz, su cuerpo claro.
Más a lo lejos alguien canta.
Y el viento lo giro, yo lo quiero; a veces ella también. Cae su alma como al pasto el rocío. Ni nosotros, los de entonces. ¡Pero cuánto la quise y quiero!, más ya no la quiero querer: ya no somos los mismos. ¡Qué cierto!, ¡qué ni me contento de haberme perdido! Ojalá sea éste mi último dolor, infinito, suyo.
Es tan corto el amor… De otro será, no sé.
Mi voz buscaba el viento para tocar… Como antes mis besos.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella… Su voz, su cuerpo claro.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche… Más a lo lejos alguien canta.
(La música de la lluvia del Poema XX de Pablo Neruda, adaptado,
en mis tintas para la vida: PEBELTOR)
Era un problema de solución imposible. Y a veces las caras lo decían todo. Es por eso, que había más: una mujer. Fue y es nieve de verano, una mentira piadosa, y el duelo por un consuelo forzoso: nos buscamos mutuamente. Todos sus nombres los repito a cada segundo. No es ese mi trabajo, pero lo hago. Muchas veces, las personas, como los animales de un zoo, no saben que van a extinguirse.
Y para eso me dejo la piel, se ha ganado su derecho. Sabe que hay lugares, miradas, que son viento sobre el mar. Además, primero sentí lluvia en los zapatos; no sabía qué decir. Parecía que mis recuerdos eran suyos, como con la estrella que se alzaba en el cielo, inalterable por el tiempo, inmune a la muerte. Ese era el problema.
Si quieres algo de la vida, necesitas no tener miedo, pero uno… no siempre se acostumbra a cómo son las cosas. Es la mitad de la batalla. Eso me curó el juicio como escritor, más mis actos no fueron del todo silenciosos: era una mentira piadosa. Le dije que podía irse a casa.
Si no se mueve me duele todo; si lo hace me conmueve más todavía. Es lo contrario a la otra, que cuando se mueve casi que lo prefiero, y al no hacerlo, invita a pensar en lo peor, que no en lo mejor, tal que ésta: ladrona invisible.
Más cualquiera las compara, una es madre y la otra bien que podría, no de mí, sino de todo, porque buena lo es -así se muestra- y está, en otro devenir, claro. No extrañemos cosas que no son, ni digamos lo que no es. ¿Estamos?… Estamos, sabrían transmitir ambas.
Y encima cuando te haces viejo te lo quitan todo. Es parte de la vida. Son ellas. Últimamente no puedo ni mirarme al espejo, y ni la una ni la otra, todo falta… hasta los rastros de vida y el material de los sueños.
Aquel árbol nunca debió haber estado ahí.
Si frecuento tus horas, cuando tú frecuentas las mías: nos conoceremos. Soy PEBELTOR. No paro de pensar en las cosas, sí. Y mis recuerdos son tuyos, también lo que la verdad esconde… tal vez para siempre, es el cariño de la discordia cuando uno lo explica todo en sus libros. Pero últimamente las insubordinaciones han sido reiteradas, con lo cual, he escrito más. Si fuera un vikingo, esos que lo entienden todo al revés, tendrían otra libertad extrema, estoy seguro. Pero hoy lo que importa son los libros, no los diálogos sin cortapisas.
Los hay de poesía, de relatos y también novelas más o menos largas o cortas. Tratan de todas las conveniencias. Se habla de luchas, sexualidades, oros negros, rojos y de todos los colores, naturalezas humanas, gentes y un sinfín de sensaciones. Las reglas: los criminales deben ser tratados como personas. Y no por ello hay que ser tonto, pacífico e ignorante. Un ejercicio esencial para ser uno mismo.
Los insólitos y exaltados deseos también tienen cabida. No siendo así, no sería yo. Mi alma no se contenta con ganar o perder. Pido más. Lo pronuncio en mis libros: Es lenguaje del pasado; No tiene ningún sentido; Fugitivos; Anhelo, más allá del mar; Deseos humanos; La francotiradora de su tía; Zanahorias para todos; El fin de la infancia; Dinero y mujeres; Flores de plástico; Las lágrimas de tu payaso… y tantas otras más, para no ser un cuadro en blanco.
Sea como sea, estar cerca o lejos no es lo mismo sin libros: esas otras miradas. En papel o para dispositivos e-book.
No es falta de ánimo ni de valor, menos aún de compromiso. Extrañar, extrañamos todos… ¿Pero qué clase de criminal sería si lo que quiero es acercarme de verdad al sentimiento?… Memorizo formas, lo veo y no es poco. ¡Qué atrevida es la ignorancia!… Ni los días del abandono me dejan perderme. Pero, como dicen: saber dos idiomas siempre ayuda a aprender un tercero.
No tengo que felicitarle el cumpleaños, y ya son tres sin él; no tengo que preocuparme en darle su palabra a tiempo. Nadie cambia el oro por el cobre. Mejor así. Son soldados los que luchan, y soldados los que mueren: eso me enseñó… Había días, que sin decir nada, podríamos haber montado un sindicato de asesinos, pero uno se acostumbra a como son las cosas, y en esta cotidianidad, ni nos vemos invencibles hasta que lo somos: es el derecho a la vida. Ahora, tengo mis opciones, y él lo sabe: espero no rendirme.
En tierra o mar, esclavos ricos, procuraré recordar no sólo la canción del pirata, sino también que siempre conviene saber a qué país pertenece cada barco: son viejas normas, ya se sabe.
En memoria de mi padre
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