Ya resuenan las modernidades de ciudad,
alguien dice algo, alguien toca algo;
sí, yo mismo lo he comprobado,
se remueve mi propia vida.
Cosas que cambian los para siempre,
cosas que hacen llorarlo todo, sí,
cosas que cambian la piel,
el humor y el orgullo.
Por ser tan de donde somos,
de aromas de arenas,
lo inútil de todo,
sí, seguro.
Es la lepra del tiempo,
amargor local,
extrañar,
sí.
Los modelos que proyecta la televisión son promesas de un lado para otro, que luego en la vida real no son mejores que el mundo sórdido de los alquileres, donde muchos mueren por un sueldo, u otras/os se prostituyen por un techo, como forma de vivir.
Mentiras virtuales que animan y anidan en vidas reales, pero mentiras, extrañas. Horas de mi vida. Ni tan siquiera cerrando los ojos, apagando la luz y cercenando el trabajo quiero y dejo de querer.
La radio ¿el comienzo de un cambio? Somos seres para crear, para imaginar. Podemos ser veinte cosas en un mismo rato… pero a quien le llamó y se lo dijo. Solo quieren verme como camarera de piso que soy, esa pequeña parte… Ni descalza.
Público y único actor, eso quiero. Cada vez sé más sobre menos.
La duda es si le riño o le arrullo. Es nuestro silencio extraño, con su mea culpa. Pero ganas no me faltan. Me lo conozco muy bien. A poco me dirá que en verano nos vamos unos días a la playa nosotros solitos, y que era solo una broma… con su cara de siempre, la de cuando ya sabemos.
Me callaré. Le dejaré hacer. No me soluciona nada renunciar a las olas, ¡es que me encantan! Hoy no seré mala malísima. Esperaré, sí, para cuando la barriguita. Tampoco me interesa cambiarle el comportamiento así de primeras, es pesadísimo lo otro. Ya vendrán las primaveras.
Tienes dos largos años para evadir impuestos, ¿por dónde empiezas?
No hace falta haber cumplido la mayoría de edad, ni haberse ido a Londres, mucho menos haber estudiado Negocios y Derecho. Y si acabas de regresar de un largo viaje por Asia ¡espabila!: dos años, veinticuatro meses, setecientos treinta días.
-Será una solución provisional. No hay mayor amparo legal- discursó sin ir más allá, embocándola entre esos dos vehículos.
Fuerte pero pacífica, y dejando poco espacio, a la vuelta de vacaciones se reabrió tratándose de no extenderse mucho. De hecho, no era la primera vez. Todos los sábados, sobre la una de la madrugada le pasaba lo mismo.
El otro controló el riesgo. Podía ocurrir cualquier cosa. Una decisión de ese nivel estaba más que consensuada. Veinte años de relación y vuelta a la misma escena. Había que quererse mucho.
La curiosidad es que le habían dado el alta médica ese mismo día. Los psicoestimulantes; hasta los mascaba. No había manera, les tenía deseo. Ni el olor ni el ego.
La estrella roja del otro la avisó, asomándole la muñeca cual diapasón victorioso, y eso que todavía tenía mucho que cortar la mujercita.
-¿Tú dirás?- le dijo en ese caso.
-¡No!, ¡tú dirás no!; por ahí viene mi profesor de alemán. ¡Joder María que son las tres de la tarde!
-¡Los putos médicos que no dan con lo que es!- se condenó y le condenó, extraña, pero en su comparsa.
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