Era de su padre. Me salió natural. No podía seguir apartando la vista más, ya no tenía fuerzas.
Dicen de la libertad, ¡menuda liberación! Cinco copas se tomaron cada una, arriba, abajo…A él no le importaba vivir siempre de las despedidas de soltero. Decían – ¡vamos!, ¡vamos!, se lo tiene merecido- cuando no –¡Únete!, si es tu marido.
Y ahora… ¿Quién coño cabalga ahora?… ¡Joder en mi propia casa! No podía seguir planteándome que estábamos todos locos señor juez… ocurrió, fui él, me sentí extraña.
Es el lugar que siempre recordarás. Redención, crudeza y jardines de la victoria. Ya era hora de acabar con los prejuicios. Todo estaba preparado, como ahora.
La pena es que nunca sabrá como ese milagro del amor del comer… y en la soledad y el justificarlo todo aún siento su perfume embriagador… y casi que la palpo. Ya no habrá más esa compañía de la verdad… En fin, hipersensibilidad actual… Quizás era muy alta para mí; y su jardín prohibido estaba muy poblado.
-Yo sin ti moriré- le dije soportándola.
Me regaló un reloj precioso, de pulsera… y esa música de siempre: -¡Ahhh!
¡Cómo miraba esa teórica de los desastres!
Pero yo la quería sobre el terreno, indecorosa. Más que un beso fue un escaloncito. La subí a la silla y la encadené. Interrumpimos todo. La comí entera, ella tomándome los hombros, y yo haciendo oídos sordos de ese oficio… Al principio creyó que todo iba a ser un simulacro, luego se quedó en eso, infartada en la igualdad como bandera: siempre mirándome extraña.
Sin necesidad la gente tiende a portarse mal, y en medio está esa mayoría silenciosa que te saquea con el cumplimiento de normas, con indiferencia… con la justicia. Siempre hay una razón para esos extremos.
En general nadie es dañino ni tóxico, pero mejor no presumir de quién te aplaude hasta saber lo esencial de ese/a predador/a social. Ello es la cura del bienestar, el darse solidez; y hay dos cosas que asisten esa individualidad: primero, saber ser ausente; segundo, marginarse al corazón de la locura.
Esas negligencias sociales son el mejor consuelo, es biología y es supervivencia, es existir; se minoran las distancias entre las nubes y la tierra. Esas irritaciones, torturas y reinados son ventajas del cielo, corruptelas y cultos; es naturaleza humana, deseos de carne y hueso, fuerza, control, límites y fallos de la memoria de las personas normales, y sueños que cumplir: un reglamento completamente nuevo por cuanto todo lo que surge es necesario, extraño.
Un lobo puede comprar el menosprecio y la mejor de las compañías, comprar, porque los aullidos son peticiones de auxilio y temeridades por su parte, así como deseos fugitivos por lo que la naturaleza le hizo, dejándolo a medias de todo, con una genética débil y un porte ostentoso. Como hombres, también sentimos lo que nos decimos, y no nos afecta lo que nos sucede, parece ser. No es por ser más que los lobos, es por ser precisamente menos –humanos-, al tener que vivir con el engaño y la bendición a flor de piel y cielo abierto. La obra Billete de ida viene a significar eso, un tratado sobre la voz de la supervivencia, tal que la llamada salvaje la crea uno mismo.
Y tan escasa e impía que cualquier desafío del destino pudiera acabar con ella. Matar, mentir, sería hacer casi todo, no cambiando la forma de ser por nadie. Es la frontera del lobo y la sociedad: su piedra de toque.
¿Entonces, no es la muerte el escándalo absoluto?, ¿se sobrevive?, ¿se compra la compañía, el menosprecio?, ¿se deja uno en manos de otros?… Templanza y más, para que todo cambie y todo siga igual. Esas tres o cinco tazas de café que pausan los temblores y te ensalzan en los contraespionajes.
Todo a un precio mínimo, hasta pagar por tus pecados. El mundo no se detiene, ¡total no hubo muchos heridos!… y pronto serán efemérides, ficciones breves, no habrá más preguntas, apaños ni señorías… se perderán. La gente seguirá por sus circuitos urbanos cómo, cuándo y donde quieran. Además, mientras yo sepa quién soy los límites los pongo yo… ¿o no?
Fue la resaca, el peso de la sociedad, la voluntad propia. No dudé un segundo. Fue un hurto al uso, como otras tantas veces. Todo cuanto me llegó a interesar lo cogí, sin forzar mucho. Tampoco sé para qué, pero a ella le gusta. Le pone.
A mí no me van las nuevas tecnologías, soy más de oficinas, como la mayoría. Ellos estaban consumiendo, se estaban poniendo hasta arriba. Les iba bien el día. Sólo tuve que tener un poco de cuidado, ella miraba; parecíamos una familia, sujetaba la linterna y se me caían las babas. Apenas podía hacerme el extraño.
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